El 47
Dignidad. Una y otra vez recorre esta palabra por nuestra
cabeza mientras asistimos a la preciosa última película de Marcel Barrena, El
47. En la Declaración Universal de los Derechos humanos (1948), en su
preámbulo, se declara que la dignidad es intrínseca a todo ser humano y que
cada ser humano nace libre e igual en derecho y dignidad. Manolo Vital, lo
tiene más que asumido. Inmigrante extremeño que, como tantos, huyó de la
miseria de los campos y los señoritos (años 50 y 60) y se marchó hacia la gran
ciudad en busca de un futuro mejor; en su caso a Barcelona. En el extrarradio
de la ciudad, multitud de extremeños y andaluces, junto a Manolo Vital,
levantaron con sus propias manos chabolas que, poco a poco, se fueron
convirtiendo en casas. Así nació el barrio de Torre Baró. Barrio construido con
sudor, esfuerzo, ilusión y lágrimas.
Nos encontramos ahora en 1978, 20 años después de la
construcción del citado barrio. Las condiciones de este han mejorado, pero los
vecinos siguen sin escuela, carreteras asfaltadas, médico, transporte público,
etc. Son los olvidados; ciudadanos de tercera. Manolo, desde su llegada a Barcelona,
es conductor de autobús, de la línea 47 para ser exacto. El movimiento vecinal
reclama un autobús para su barrio. El ayuntamiento les dice que es imposible
que un autobús pueda subir las cuestas que llevan a este. Nuestro protagonista
se empeña en desmontar la mentira, en hacer entender por las buenas o por las
malas, que los vecinos de Torre Baró también son de Barcelona y que sus
reclamaciones no son “pasatiempos”.
“¿Quién va a querer subir hasta allá arriba?”, le pregunta un funcionario
público en determinado momento. “Fácil, los que bajaron por la mañana para ir a
trabajar”, responde Manolo.
Marcel Barrena, director de El 47, ya había logrado
emocionarme en 100 metros, película de superación protagonizada por Dani
Rovira y Karra Elejalde. Ahora, poniendo en escena esta historia de rebeldía de
todo un barrio, historia real de las que nunca deben quedar en el olvido, sube
enteros y nos entrega un filme emocionante, certero y que huele a verdad. El
47 cuenta su historia con calma, sin artificios. Así, gota a gota, nos va
llenando y convenciendo. Cuando llegamos al final del film, el vaso rebosa y
esas gotas se transforman en lágrimas.
Una buena puesta en escena, una historia de las que a
cualquier hijo o hija de familia trabajadora acaricia el corazón y un reparto
magnífico, encabezado por el colosal Eduard Fernández. Qué actor, por favor;
para mí, el mejor actor español de la última década. Cada uno de sus papeles
los llena, los matiza, los decora de una forma maravillosa. No importa que se
encuentre a la orden de Álex de la iglesia (Perfectos desconocidos, 30
monedas), con Alejandro Amenábar (Mientras dure la guerra) o Oriol
Paulo (Los renglones torcidos de Dios). Él agarra al personaje y le da
la fuerza, el carácter, que solo él sabe regalarles. Sin duda, es uno de sus
mejores papeles y su trabajo huele a Goya por todos los lados. A su lado Clara
Segura interpretando a Carmen, la mujer de Manolo. Ella era monja, pero conoció
a Manolo y abandonó su matrimonio con Dios por juntarse con este pequeño héroe
de la clase trabajadora. Esta relación, al conocerla en pantalla, hizo que me
acordase de otro “imprescindible”, pero esta vez de Ferrol, nuestra ciudad; el
ya fallecido Vicente Couce. Antiguo párroco de Santa Marina (él me bautizó), comprometido
al máximo con sus vecinos, con la clase trabajadora, con las libertades, con la
Democracia... En el documental 10 de marzo recordaba las palabras que le
había dicho su padre en el momento de unirse a la iglesia católica: “Hoxe que
te unes a Deus, non te olvides que es o meu fillo, pero máis es fillo da clase
obreira”. Él, al igual que el personaje de Carmen, colgó los hábitos por amor.
En su caso, por Sabela que, al igual que el personaje de Carmen, fue una
profesora vocacional, de las que no necesitan escuelas para ser maestras.
En El 47 también se aborda el choque
generacional dentro de las familias del vecindario. La película lo retrata de
manera certera y le da, en este sentido, un final de 10. Gallo rojo, gallo
negro... Cómo hacer entender a tu hija que no sienta vergüenza por ser de una
familia tan humilde. Cómo hacer que hasta se sienta orgullosa del mundo al que
pertenece.
El 47 me parece una película tierna, amable, bonita y
a la vez con garra, valiente y emocionante. De las que nos muestran esos
pequeños héroes que, viniendo desde el más humilde de los mundos, logran unir a
sus iguales y les hace entender, como dice Manolo en un momento dado de la
película que, en ocasiones, ante las injusticias, “hay que liarla”. Viendo El 47 pensé en Luna de
Avellaneda, del gran Juan José Campanella. Como en ella, la lucha, las
injusticias socio políticas se abordan desde el lado más humano. En ambas se
nos muestra la necesidad de pelear contra lo injusto, de no ser entes pasivos.
De saber apoyarse en nuestros vecinos, en nuestros compañeros…
El 47 reitera que la dignidad, sin duda, no se mide
con las monedas que tiene uno en el banco; es otra cosa.
Vayan a verla, merece mucho la pena.
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