viernes, 16 de noviembre de 2018

Valor para mirar la salida



Valor para mirar la salida
 
No lo tenía nada claro. Había tomado casi por inercia aquella decisión, en un momento vital donde las cosas las hacía casi por hacer, sin mirar el mañana como un futuro y solamente constituyendo una posibilidad. Podría presentarse o no, lo importante era seguir caminando. ¡Con las veces que me habían dicho que no se deben de tomar decisiones cuando alguien no se encuentra donde debe, o directamente no sabe dónde se encuentra!

Joder, me iban a rajar los ojos en canal. 

Tres imágenes me rondaban continuamente la cabeza: la primera era Álex, de “La naranja mecánica”, con los ojos abiertos a más no poder y tragando y tragando información con el intento de que cambiara sus conductas, cual perro de Paulov o como cualquier embrión tratado en “Un mundo feliz”. La segunda, tan evidente, era aquel delirio surrealista ideado por Buñuel y Dalí en “Un perro andaluz”.  Simone Mareuil y su maltrecho y expresivo ojo… La tercera, la del sufrido torero, José Padilla, desmontándose con el paso del tiempo, como si un personaje de la familia “Potato” se tratara.

Todo el mundo me repetía lo mismo. “¡Si es igual a la operación que le hicieron a mi abuela, la de cataratas…!” Yo no tenía ochenta años y los ojos a operar eran los míos. De todas formas, había algo que, de alguna manera, me reconfortaba: me operarían un ojo, me insertarían una lente, para mí, casi asesina, y a la semana siguiente, el otro. Si algo fallaba había decidido convertirme en un fornido pirata, sin loro ni pata de palo; aunque sí tuerto. Y si algo pasaba…ya veríamos lo del loro.

En las semanas previas, al personal encargado de las pruebas preoperatorias, apenas les prestaba atención. Los ojos, mis ojos, representaban el centro de todo y me costaba centrar mi atención en cualquier otro asunto, por importante que fuese. Según se aproximaba la fecha, más me preguntaba el por qué me había metido en tremendo lío y, encima, pagándolo caro. Muy caro.

El 28 de diciembre llegó y yo no me reía. Con miedo y sin consuelo me dirigí como res al matadero.
Sala de operaciones.Yo, tumbado como niño que espera las buenas noches de su madre. Una imagen aparece desde el fondo de la sala. Con paso lento e indiferente aparece ante mí la cirujana. Tan tapada como heroína o villana de cualquier cómic. 

- Tranquilo, esta operación la hemos realizado más de mil veces- dijo con voz radiofónica de cuatro de la madrugada.

Esas palabras no me decían absolutamente nada.

Anestesia. Aun así, percibo la incisión en el ojo. No veo más que luz. Totalmente despierto. Desearía no enterarme de nada.  Se me ordena que me quede totalmente inmóvil, mirando al frente. ¿Cómo hacerle caso? Cuando no se ve, no hay un frente ni un lado. Da igual, hago caso. Estoy en sus manos.
Comienzo a comprender las sensaciones visuales (en realidad la ausencia de ellas) de una persona ciega. El sudor se convierte en una constante a lo largo y ancho de mi cuerpo.

Tengo miedo.

La lente se introduce lentamente en la pequeña cavidad que la doctora me había realizado. Todo a mi alrededor, todo, se vuelve oscuridad. No lograba perdonarme el meterme voluntariamente en un asunto tan desagradable.  

Ya no hay salida.

Quiero decir que no, sencillamente decir que no. Que me da igual el dinero, que solamente quiero que me saquen de aquella situación que no quiero vivir. Alguien toma mi mano. No es la villana. La aprieta firme, fuerte y a la par de manera delicada.  Me relajo. Es una enfermera. Solo deja ver sus ojos. Se acerca lentamente, a no más de treinta centímetros de mi cara. Sus ojos. Azules, llenos de matices, felinos, de los que te miran y, a su vez te sostienen, asustan. Extraños como ellos solos, marcados con pequeños islotes cercanos al negro.  Me olvido de todo el contexto. La conozco y no, no la conozco.  No puede estar ya más cerca. 

-          La operación va perfecta- me dice con absolutata calma y cercanía.

Le creo.

Me relajo más todavía. Ya nada va conmigo. Me dejo hacer. Da igual lo que yo haga. Nada va a cambiar el resultado final. Como subir a un avión… ¿Para qué sufrir?
……   ……  ……

Las horas y días posteriores a tal episodio resultaron…desconcertantes. Los ojos constituyen un órgano tan valioso y frágil que, ante cualquier cambio en ellos, y había muchos en esos momentos, surgía en mí el miedo a la ceguera, a la permanente.

Cada dos días acudía a la consulta  para revisar el proceso de recuperación y, a su vez, prepararme para la operación del segundo ojo. Días donde lucir sin rubor mis gafas de una sola lente. La mayor parte de las personas con las que interactuaba no percibían esta curiosa circunstancia.

No nos fijamos nada.

Las revisiones resultaban solemnes ceremonias, lentas y mecánicas, donde invertía casi la totalidad de mis tardes. Había algo que las salvaba. Aquella mirada, de repente, tenía un rostro…y su dueña había adquirido nombre.

Raquel.

Debía tener algo más de cuarenta años. Pocos más.  Cómo definirla… ¿lejana? también fuerte. No menos empática. Parecía portar un imponente muro, a modo de frontera de seguridad, forjado a lo largo de los años. 

Con el paso del tiempo hay personas que, al conocerlas, provocan en mí una profunda indiferencia. No siento en absoluto desprecio, sino…simple apatía. Esta impresión inicial, en mi caso, no tiende a cambiar con el paso del tiempo.
En cambio, en ocasiones ocurre justo lo contrario.
Aquellos ojos me miraron en su momento con una seguridad tan tranquilizadora que, sin duda, colocaron a Raquel en el mundo de las personas que vale la pena conocer, de las personas con el que da gusto compartir momentos de esta vida. 

Con ella, las pruebas post-operatorias siempre resultaron muy sencillas. Sin ofrecernos la vida, surgieron conversaciones sinceras, con sencillez pero con fondo. Siempre las mejores. Un interesante plano donde moverse en aquellos momentos totalmente circunstanciales.
Lo que sí conocí se ella fueron sus viajes a Senegal. Operaba, altruistamente, cataratas en un proyecto donde ella y otra compañera invertían sus vacaciones. Cuando conocí esta labor me alegré, pues en el año 2011 había pasado una temporada en este país y uno de los lugares de mi estancia, La Langue da Barbarie, era justo el lugar donde ellas realizaban las operaciones.

Me fascinaban aquellos ojos. Decían un mundo cuando se desprendía de aquellas, casi eternas, gafas de sol. 

Las miradas son importantes. Sí, muy importantes. Hay personas que hablan de miradas limpias o sucias, vivas o apagadas, alegres o tristes…  Los ojos son la forma, la mirada ofrece el fondo. Ambos fundamentales y necesarios, tanto en la vida, como en los ojos de aquella mujer.
……………
Pequeñas historias, retazos sueltos, libres, personas que se cruzan en nuestro camino y, sin saber bien el porqué, se convierten en un “algo más” que sazona nuestra vida.
………….
Al mes de la operación, me encontraba ya casi recuperado. Las visitas a la clínica se iban espaciando cada vez más y, a mediados de febrero, tras una revisión, me marcaron la siguiente cita, durante la Semana Santa.
Y se me pasó… Me olvidé por completo.
Tras mes y medio sin hacer las ya casi rutinarias visitas, se me pasó…o quizás era yo que quería pasar la página.

Pasó el tiempo y llegó el verano y ahí, instalado cómodamente en el periodo vacacional, con tiempo de sentir, pensar y disfrutar porque sí, recordé que poseía unos ojos “biónicos” a los cuales todavía no se les había dado el alta.
Llamé a la clínica y me dieron cita para mediados de septiembre.
Seis meses sin volver a pensar en mi visión, seis meses sin pasar por la clínica y, a los seis meses, recuperar, de repente, esos momentos que, en su mayor parte, resultaron sumamente estresantes.

De camino a la clínica, me acordé de Raquel. Tampoco había pensado en sus ojos. Me di cuenta de que, aquella para mí intensa experiencia, ella la había hecho llevadera y había sido capaz de mitigar gran parte de mis angustias y miedos.

-        Tengo ganas de verla.

Al entrar la vi, sí …pero no en persona, sino en un gran collage fotográfico junto a la entrada. Las fotografías pertenecían al proyecto que llevaban a cabo en Senegal. 

Sonreí.                                 

Ya en el interior de la clínica, seis trabajadores. Cinco eran los de siempre. Faltaba Raquel. En lugar de ella aparecía una jovencísima mujer. 

En la sala de espera, dos señoras. Aguardaban ansiosamente, al igual que yo, a ser atendidas. Con un tono reservado, comenzaron a hablar de la trabajadora que nadie veía. 

-Estará de vacaciones-aventuraba una.
-Yo vine en mayo y ya no la vi.

“ Hostia, la echaron”, pensé casi en alto.

A la hora de realizar las pruebas con el óptico, dudaba si preguntar o no acerca de Raquel. Resultaba una cuestión un tanto incómoda, fuese quien fuese el responsable de su presunto despido y, al fin al cabo, se la tenía que formular a un compañero.
Finalmente me decidí a hablar.
Su expresión, tan pronto pronuncié su nombre, cambió de manera repentina. Se desplazó a otra dimensión.
Pálido, pronunció su nombre:

 - Raquel…claro, no sabes nada.
- ¿Qué pasó? - ahora era yo el que me estaba alejando de aquellos aparatos ópticos.
- Se murió, Miguel, se murió.

Mi brazo derecho se fue directo hacia la mesa, con violencia. Mis labios murmuraban: “No, no.…”
La gente que estaba en la consulta fijó su mirada en nosotros.
-        - Un carcinoma… Quince días. Todo ocurrió en quince días. A la vuelta de su último viaje a Senegal llegó bastante enferma, la verdad.

Apenas conocía al doctor; sin embargo, indagué sobre aquellos momentos tan íntimos de Raquel, los más íntimos…sin duda. ¿Cómo lo había vivido? ¿Cómo había afrontado su salida?
El doctor tecleaba y me contaba. Parecía mirar la pantalla, pero estaba mirando mucho más allá.  En la pantalla del ordenador avanzaba mi nombre y al momento retrocedía, avanzaba y retrocedía con un extraño ritmo mecánico. Mi nombre nunca conseguía apellidos. Él luchaba por mantener su profesionalidad, pero su rostro se encogía y adquiría un cada vez mayor tono grisáceo.

 Continuó tecleando y explicando:
- ¿Cómo fue todo…? . Fuerte es la palabra. Ella, la más fuerte.
 - Raquel era increíble- contesté.
 - Vivió su salida con total normalidad, con una entereza que yo no conocía, ni de ella, ni de nadie. 

Nos reunió a todos los compañeros en su casa. Sabíamos que estaba enferma, pero no la gravedad. Pudimos brindar todos por ella y con ella, no por su salud.

- ¿Estuvo acompañada? - le pregunté. Era lo único que me importaba en ese momento.
- Con quien quiso y como quiso. A su madre se lo contó solo al final. No quería que sufriera. Prefiero volver a las pruebas, lo siento, me emociono. 

“En qué mundo vivimos, pensé, donde nos disculpamos por sentir”.

-         - Dime tus apellidos, por favor- casi suplicó.
Volví, estupefacto, al margen de realidad que ese momento me permitió. Mis apellidos por fin aparecieron mientras pensaba en marcharme y volver en otro momento. Aguantamos los dos la situación y realizamos las pruebas correspondientes.
Vi al resto de sus compañeras. No se lo mencioné. No quería ahondar en el dolor de nadie, ni en mi nueva herida.
Al salir, no sé si por última vez de aquella clínica, no quise, no pude, mirar aquellos ojos en las fotografías de la entrada.
……………………..
A esa operación, una sencilla corrección de mi miopía, realizada voluntariamente, sin necesidad, le otorgué el poder de generar en mí temores que ni yo mismo conocía.

Las agujas del reloj seguirán su cíclico camino y, en este, poco a poco, aparecerán nuevos miedos. Me acompañarán, propondrán nuevas barreras que traspasar. Quizás no pueda con ellas, quizás sí. Aparecerá en mí la idea de que están ahí por algo. Que cada una de las batallas que me presenten, me aportará un punto de sabiduría, conocimiento y experiencia a lo que soy… ¡Qué ingenuo!

Llegaré a viejo, o no, dando vueltas y vueltas a un material, casi siempre, intrascendente, a problemas inventados para, al superarlos, sentirme dichoso, en limitados momentos a lo largo de esta finita (por mucho que nos esforcemos en obviar este hecho) vida.

Raquel no está ni estará.
Raquel ha muerto.
Raquel no tiene miedo.