Megalópolis
El siglo XXI no le sentó bien a Francis Ford Coppola. En la parte final de “Corazones en tinieblas” (1991), documental que narraba el increíble, eterno, paranoico y durísimo rodaje de Apocalipsis Now, Coppola reflexionaba sobre lo que es el cine y hacia dónde se dirige. Nos decía que las grandes producciones ya no eran interesantes. El cine debía centrarse, apoyándose en las nuevas tecnologías, en lo minimalista, el que se puede hacer con un móvil, con los mínimos medios; el que puede hacer cualquiera con casi nada. Bajo esta nueva filosofía, Coppola, en las últimas dos décadas, estrenó obras que apenas los muy cinéfilos han visto, con resultados de mediocres a muy malos: El hombre sin edad, Tetro y su última película hasta esta Megalópolis, Twix. A cada cual, peor. Al visualizar Twixt (2011), no me podía creerme que ese esperpento la hubiese realizado el autor de El Padrino. Francis es un director de grandes producciones, pensamos todos.
Acudo al cine a la llamada de Francis Ford Coppola para asistir a su despedida del cine. Nos trae una película de 120 millones de dólares de presupuesto, nada menos. También grandes actores y actrices en el reparto. Además, Megalópolis es un proyecto que le ha costado 4 décadas sacar adelante. Quizás, pensé, de nuevo con una gran producción, podríamos ver brillar, de nuevo, a este otrora genio que revolucionó, junto a otros, el mundo del cine en los años 70. ¿Regresará al buen camino? Quiero creer en él. Debo decirle adiós como se merece. Al fin y al cabo, este hombre me ha (nos ha) otorgado momentos maravillosos que, por suerte, vuelvo a revivir cada cierto tiempo. ¿Acaso hay alguien que no ha hecho suya a la familia Corleone? Nos levantamos, también, con gusto, de vez en cuando, con olor a napalm por las mañanas. Y Rebeldes, La conversación, La ley de la calle, Drácula… Francis tiene tres de sus películas entre las mejores de la historia del cine (las dos primeras partes de El Padrino y Apocalipsis Now). Muchas gracias.
Eso sí, siempre hubo algo sospechoso en Megalópolis. Durante los meses anteriores al estreno se movía, en la prensa, la información de la cantidad de viñedos que vendió Francis para llevarla a cabo. Ante esta noticia, los espectadores que amamos sus obras maestras, parecíamos casi obligados a ver su nueva película. Parecía que había que verla por compasión. Decía la prensa que lo había vendido todo para sacar adelante su epopéyico proyecto (Kevin Costner hizo un poco lo mismo con Horizon). Por ahí no me vas a coger, Coppola. Además, todos sabemos que nunca es todo lo que arriesgan. Y después vino el Festival de Cannes…
En Megalópolis se nos cuenta la decadencia de nuestra sociedad, comparándola con la caída de la antigua República Romana. Los protagonistas se llaman César, Cicerón, Julia, Drasso… Frente a nosotros lucha entre el progreso, que identificamos con César (Adam Driver), un prestigioso e idealista arquitecto decidido a crear una nueva ciudad, una utopía, con un material de construcción casi mágico que ha descubierto y el mundo más conservador, que está representado en Cicerón (Giancarlo Esposito), alcalde de Nueva Roma.
Todo es extraño desde el primer minuto de la película. Voz en off lapidaria, paneles gravados con mensajes proféticos…Parece una obra de teatro, ópera más bien, pero de las justitas, de las malas. Los actores hablan como si estuviesen interpretando una obra clásica, podría ser Romeo y Julieta, pero sin tener muy claro lo que están haciendo. Adam Driver es, quizás, el único que se cree (por momentos) algo de lo que hace. Las caras de Laurence Fishburne son un poema; pobre, no sabía dónde se metía. Entre medias, unos decorados y efectos visuales que hacen sangrar nuestros ojos. La fotografía, horrorosa. La narración es inconexa y todo está creado con una enorme cantidad de ingenuidad y de pretenciosidad, aderezadas con bastantes escenas de carácter sexual y un humor que no sé cómo describirlo, pero de gracia nada. Todo es tan pomposo como cutre. Llegamos al final y estamos como al principio, preguntándonos, de nuevo, si es posible que haya sido Coppola el autor de algo como esto. Yo como ya había visto Twixt, me lo creo.
Megalópolis es la utopía que nos hubiese contado una niña de unos 8 años cargada con un disco duro con citas de Marco Aurelio y un básico de Historia Romana. Coppola, como esa niña, posee buenas intenciones, pero, pregunto: ¿una obra se mantiene solamente con buenas intenciones? Todos sabemos que no. Francis Ford Coppola ha querido dejar un legado a la humanidad, ser como Charles Chaplin en El gran dictador, regalarnos un gran mensaje que permanezca en el tiempo… pero ni ha sabido crear una historia coherente, ni hilarla lo más mínimo, ni ha sabido llegar, como hizo Charlot en aquella obra maestra, con dignidad a su discurso final. Admito que en la escena final de Megalópolis se me escapó alguna carcajada. Por favor…
Tristemente, Megalópolis es una película horrible, un sinsentido con muy poco gusto y que, incluso, da la sensación de estar poco trabajada, a pesar de ser un proyecto al que se le ha dado vueltas desde hace 40 años. Poco se puede salvar en ella. Una pena.
Tranquilo, Coppola, tu legado siempre quedará ahí. Ese que nos brindaste, durante un buen puñado de años, en el ya lejano siglo XX.
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