miércoles, 29 de enero de 2025

Mañana será otro día. Capítulo 54: Babygirl.

 

Babygirl

Acudo al cine a ver Babygirl. Voy por Nicole Kidman. A esta actriz australiana de 57 años, los cuarentones la conocimos, cuando apenas había tres canales de televisión, en una película infantojuvenil que, pasaban una y otra vez, durante las vacaciones veraniegas por “la gallega”. Estoy hablando de Los bicivoladores (BMX bandits, 1983). Una adolescente Nicole Kidman emergía en un título tan mediocre como espectacular para los que, de aquella, apenas ostentábamos el título de personita. Un lustro después ya era una estrella a nivel internacional. Calma total (1989), Días de trueno (1990), Batman Forever(1995) la catapultaron. Ella no se conformó con ser la chica guapa de las películas. Quería más. Trabajar con los mejores, convertirse en la mejor actriz que pudiese. Así, a las órdenes de Kubrick, nos deslumbró con Eyes wide Shut (1999). Con Moulin Rouge (2001) rompió las taquillas de todo el mundo. Dogville, de Lars Von Trier, quizás sea su mejor papel. Por Las horas (2002) ganó el Óscar a mejor actriz. Una carrera realmente interesante. Los últimos años, Nicole, demuestra que en cada vez más ocasiones las mujeres de más de 50 pueden obtener papeles protagónicos. Ella continúa en la cresta de la ola, eligiendo grandes personajes que interpretar; produciendo los proyectos en muchas ocasiones. Un ejemplo de esta última tanda son El sacrificio de un ciervo sagrado (2017) de Yorgos Lanthimos, las series Big Litlle Lies(2017)o The Undoing(2020).

Hace apenas unas semanas, leo la sinopsis de Babygirl. Mujer madura, de mucho éxito, se lía con un becario. No puede ser. Nicole Kidman, a estas alturas, no se va a limitar a protagonizar un Nueve semanas y media invertido, una película erótica-festiva. Busco información de quién la dirige. La holandesa Halina Reijn. Bien. De esta autora vi su anterior Muerte, muerte, muerte (Bodies, bodies, bodies) y sé que no hace trabajos al uso. Un grupo de adolescente iba “cayendo”, uno por uno, en una fiesta pijotera, a modo de los Diez negritos de Agatha Christie. La holandesa sabe lo que hace. Me dirijo con alegría y curiosidad a la sala de cine.

Comienza la proyección de Babygirl. Primera escena. Romy (Nicole Kidman) y Jacob (Antonio Banderas) son pareja. Hacen el amor como casi todas las noches. Al acabar, él se duerme. Rápidamente vemos a Romy correr hacia otra habitación. Conecta su ordenador y reproduce un video porno donde la protagonista es sometida a las voluntades de un hombre. Comienza a masturbarse y escuchamos el orgasmo que la protagonista no pudo tener en la relación con su marido. Ella es una alta ejecutiva y él director de teatro. Son una pareja aparentemente feliz y, sin duda, de éxito. Detrás del personaje interpretado por Nicole Kidman está ese secreto, esos deseos sexuales reprimidos que de alguna manera la persiguen. Cierto día llega a su empresa un grupo de becarios. Entre ellos aparece un joven llamado Samuel (Harris Dickinson). Romy pudo ver como domaba, sin despeinarse, a un perro enrabietado. Quiere lo mismo para ella. En nada, comienza la relación entre ambos. No les importa la diferencia de edad, solo les importa que él manda y ella obedece.

Si esperan de Babygirl una película erótica convencional, este no es su film. Hay mucho sexo, pero todo muy incómodo. Cada encuentro de los protagonistas posee una violencia de fondo que, al verla, no sabes muy bien cómo digerir. Ante nosotros, como diría Sabina, tenemos un ring de boxeo. Aunque el joven sea quien verbaliza las órdenes de esta extraña relación, no siempre se tiene claro quién está manejando las riendas. En Babygirl asistiremos al extraño juego de equilibrismo, con un cada vez más cercano abismo, de la indiscutible protagonista de la cinta, Nicole Kidman. Su actuación fue, con justicia, premiada en Venecia. Su personaje se desnuda, capa a capa, en lo físico, en lo mental y espiritual frente a nosotros. Nicole es una valiente. Ni la película, ni el personaje, son nada sencillos y, en mi opinión, sale victoriosa del envite. Los personajes protagonizados por Dickinson y Antonio Banderas son más planos; quizás en exceso. Aun así, los actores realizan un buen trabajo. El joven sirve de detonante de que explote todo lo que arrastra esta mujer en sus adentros. Banderas aparece como el ancla, como el contrapeso que hace que la protagonista pueda tener, en su vida diaria, los pies en el suelo. Ella, cuanto más avanzamos en el metraje, más complicada se nos presenta.

Babygirl me ha gustado. El juego de poder, entre la mujer madura y el joven, nos descoloca continuamente. Sales del cine planteándote lo que has visto y con ganas de un segundo visionado para aclarar posiciones. Acaso, ¿quién de los dos protagonistas es más manipulador?  Lo peor de la película es cuando, en un par de ocasiones, juguetea a ser un filme erótico, con tema musical de fondo, como en cualquier película de ese género de los años 90. Por suerte, hay poco de eso. La que sí me fascinó, fue una escena grabada con virtuosismo en una discoteca. Esta sirve de metáfora a todo lo que vivimos en las casi dos horas de metraje. En la discoteca, bailando, hay tensión, estrés, sexo, desinhibición… Como Romy y Samuel, cada uno de los bailarines de la sala, se van dejando llevar… hacia no se sabe dónde.

 

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viernes, 24 de enero de 2025

Mañana será otro día. Capítulo 53: A real pain.

 

A real pain

Hace un año, con motivo del estreno de la película La zona de interés, conté, en esta sección cinematográfica, mi experiencia personal en la visita que realicé, allá por el verano del 2009, al campo de exterminio de Auschwitz, en Polonia. De lo que no hablé, en aquella crónica, fue de los dos momentos más duros, irreales e inconcebibles de asumir por un ser humano vividos en ese terrible campo de la muerte. El primero fue al entrar, y permanecer unos minutos, en una de las cámaras de gas que en su momento estuvieron habilitadas en Auschwitz. Es indescriptible la sensación de vacío y soledad que se tiene en un lugar donde se ha causado tanto dolor. Todo lo que había frente a mí era demasiado fuerte como para poder ser asimilado por mi limitado cerebro y ajustado corazón. El segundo momento sucedió en los barracones. Un (muy buen) guía nos explicaba cómo vivían los prisioneros que los habitaban. Había asuntos, en principio mundanos, que podían marcar la supervivencia o no en aquellos oscuros barracones. El hecho de estar en la litera más alta aumentaba tremendamente la posibilidad de seguir con vida. Imagínense, con los terribles problemas gastrointestinales que tenían en esas condiciones infrahumanas, el porqué. Recuerdo escuchar al guía atento, perplejo, hipnotizado, cuando sucedió algo que me rompió el alma. Una pareja de jóvenes se hizo un selfie con su cámara de fotos (hablamos del 2009), mientras sonreían y de fondo se veían esas literas de las que hablaba. No me lo podía creer. Sentí una absoluta violación a la humanidad, una verdadera humillación al recuerdo de los que allí sufrieron el sinsentido del fascismo nazi e incluso, aquella situación, hizo replantearme el porqué de mi visita a Auschwitz. Todo muy duro. A real pain, segunda película dirigida y también protagonizada por el conocido actor Jesse Eisenberg (La red social, Bienvenidos a zombieland, etc) trata un poco de esto, del sentido o no, de la forma en que se está realizando, del objetivo de las personas que lo realizan, del ya muy presente turismo del desastre. El objetivo de que esté abierto al público un campo de exterminio, actualmente convertido en museo, es trabajar la memoria y humanizar a quien lo visita. En ocasiones acaba provocando todo lo contrario.

Benji Kaplan (interpretado magistralmente por Kieran Culkin) y su primo David (Jesse Eisenberg) viajan desde su país natal, Estados Unidos, junto a un grupo que los acompaña, a visitar la casa y el país de origen (Polonia) de su abuela, persona muy importante para ambos. Los dos son judíos y con personalidades absolutamente antagónicas. Mientras David es un hombre de familia, con un trabajo estable y un trastorno obsesivo compulsivo que logra controlar, Benji es un desastre con chispa. De esas personas que todos hemos conocido, las cuales desprenden magia y energía por momentos, de las que llenan espacios y reuniones, pero a la vez son tremendamente inestables, demuestran una incapacidad para saborear la vida y poseen un punto autodestructivo. Este personaje, junto a la interpretación del actor que le da vida, Kieran Culkin, son lo mejor de la cinta. El resto del conjunto tiene bastantes problemas.

A real pain, en sus apenas 88 minutos, intenta tratar dos asuntos y ninguno de los dos creo que son suficientemente bien gestionados. Por un lado, tenemos la relación de los dos primos. Ante nosotros una de esas relaciones de amor/odio que tanto han ofrecido al séptimo arte, pero que en esta ocasión no logra llegar a ningún lugar.  En el metraje nunca aparece el punto de inflexión que provoque cambios en los protagonistas y, aunque el actor Kieran Culkin se esfuerce(mucho) en acercarnos a su personaje, no es capaz de llevarnos al desenlace de un camino que no llega a controlar. El personaje de su primo David, en mi opinión, se queda demasiado plano. La película, la historia, tenía un potencial que en ningún momento se sabe explotar. Falta trabajo de guion. El segundo asunto que trata me puso de muy mala leche. Benji, durante todo el viaje está “picando” al resto del grupo, e incluso al guía, por el hecho de estar realizando un tour del holocausto desde sus acomodadas posiciones. Juzga la deshumanización que ese grupo presenta. Les critica (y se critica a sí mismo) por el hecho de ir a un campo de exterminio viajando en primera clase, de quedarse en las terribles estadísticas y no poder sentir el dolor de toda aquella barbarie, también por banalizar algo tan importante como el exterminio judío. Benji va soltando y soltando… con su afán crítico, con su mordacidad…Según avanzaba, viendo como este personaje tocaba una y otra vez un asunto tan terrible como el genocidio nazi ejercido sobre el pueblo judío, esperaba en la película un poco de valentía y que de ese personaje surgiese alguna mención al genocidio (no lo digo yo, lo dice Naciones Unidas) que está ejerciendo a día de hoy, de ayer y de anteayer, el estado israelí sobre el pueblo palestino. Siendo judíos todo el grupo excursionistas, me parecía lógico, para este personaje, que parecía ser descarado y atrevido, el lanzar un asunto como este. No entiendo este silencio para un personaje como el de Benji. El guion parece valiente, pero solo lo parece. Se queda en absolutamente inofensivo. Supongo que viniendo de donde viene, con un lobby tan poderoso ejerciendo su poder en Hollywood, uno se puede meter con algunas cosas y otros asuntos se obvian y se ocultan debajo de la alfombra.

Lo que prometía ser una fresca propuesta se me quedó en muy poco. Tiene escenas entretenidas, alguna divertida, pero toca temas que nunca sabe profundizar y su punto crítico se queda en absolutamente nada. Al contrario, me acaba pareciendo una película muy acomodada en casi todos los puntos que aborda.

En la parte final del metraje, los protagonistas de A real pain, visitan un campo de exterminio, concretamente el de Majdanek. Entramos junto a ellos en una verdadera cámara de gas. Lo que debería ser el punto de inflexión del filme me hace sentir incómodo. De repente, mientras veo esos planos grabados por Jesse Eisenberg, tengo una sensación parecida a la que sentí, hace 15 años, en Auschwitz al ver aquella pareja de turistas haciéndose un selfie. Creo que hay asuntos que, o se tratan muy bien, o es mejor no tocarlos.

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martes, 14 de enero de 2025

Mañana será otro día. Capítulo 52: Manchester frente al mar

 

Manchester frente al mar (2016)

Primera escena. Un barco, dos hermanos adultos y un niño. Lee Chandler (Casey Affleck) juega con su sobrino. Le pregunta a quién quiere más, si a su padre o a él. Son felices. En la siguiente escena aparece de nuevo el menor de lo Affleck, pero no puede ser él; no puede ser el mismo. Frío, seco, apagado, color ceniza. En su rostro no hay nada. Durante el día trabaja de chapuzas en unos bloques residenciales. Hace el trabajo sin más. Eso sí, sin aguantar ni la más mínima tontería. Por las noches bebe hasta reventar, o hasta reventar a alguien que se cruce en su camino.

¿Cómo puede ser? ¿Qué le ha ocurrido?, nos preguntamos. Recibe una llamada. Su hermano, el cual conocimos en el barco, está muy grave. Se marcha a Manchester (nordeste Estados Unidos) junto a él y a su sobrino, ya adolescente. Llega al hospital y le dan la noticia de la muerte de su hermano. No se inmuta. Los vecinos del pueblo, al verlo, lo miran con tristeza. A nosotros, la interpretación de Casey Affleck también nos impresiona. Conocemos un poco más al desolado personaje, mientras siguen apareciendo flashbacks de otro Lee Chandler de antaño juguetón, divertido, bromista…

Llegada la hora de metraje, comprendemos lo que ha ocurrido mientras suena el Adagio en G menor de Albinoni. Esta melodía la hemos escuchado en otras ocasiones (Gallipoli, The Doors, El proceso…), pero nunca como aquí. Su impresionante armonía se entremezcla con el presente y el demoledor pasado del personaje interpretado por Casey Affleck. Mientras un abogado le dice las últimas voluntades de su hermano, en las cuales le pide que se haga cargo de su hijo, al pobre Casey le llegan terribles recuerdos, repetidos día tras día en su memoria. Escuchamos lo sucedido por su propia boca. Se lo cuenta, tras el terrible suceso, a los policías que lo interrogaron: “Estábamos de juerga, había cerveza y alguien pasó un porro. También había cocaína. El caso es que nuestro dormitorio está abajo y el de las niñas arriba. Llegó Randi (Michelle Williams), mi mujer, como a las dos de la mañana, e hizo que todos se marcharan de casa. Se volvió a la cama. Entonces yo subí a ver cómo estaban las niñas y hacía un frío que pelaba. Entonces decidí volver abajo y encender la chimenea. Luego me senté a ver la tele, pero no quedaban cervezas. Como todavía seguía como una moto, metí un par de troncos más en la chimenea y salí andando a comprar unas cervezas. A medio camino no recordaba si había puesto el protector a la chimenea…Pensé que no ocurriría nada. Y seguí mi camino…” Al regresar de la tienda, descubrió el incendio que acechaba su casa. Solamente Randi había sobrevivido. Sus tres hijas muertas. De repente entendemos todo. Todo el dolor acumulado durante la anterior parte del metraje, cae sobre nosotros. Vemos cómo la policía le dice que se vaya para casa. Él pregunta: ¿Por qué? ¿Ya está? Ellos le dicen: “Cometió un terrible error, como un millón de personas la pasada noche. No es un crimen olvidarse de poner el seguro a una chimenea”. Entonces roba la pistola de uno de los policías e intenta, sin éxito, suicidarse.

Sacudidos por su triste pasado, todo cobra sentido para el espectador. Ahora, la segunda parte de la película se centrará en la relación con el sobrino. Él quiere vivir con su tío. No hay madre (ausente), no hay padre. Le queda él, pero él no puede. Su vida ya es otra cosa.

Más adelante, acercándonos al final, otra escena memorable que da sentido a la película. Se encuentran, pasados los años, Randi, ya su exmujer y Lee Chandler, el personaje de Affleck. Ella pasea con un bebé de una nueva pareja. Ella ha decidido avanzar en un camino, aun así tortuoso. Lee no quiere avanzar en nada. Abren su corazón. Ella le pide perdón, ha sido injusta, le ha dicho mil barbaridades en el pasado y se arrepiente. Fue un accidente. Ella dice que, aun con ese bebé, ella está rota, tiene el corazón roto para siempre. Ella le dice que todavía le quiere. “No creas que estás muerto”, le dice ella. “Solamente quiero que seas feliz”, contesta él. Antes de acabar la (impresionante) conversación, él le dice sin ningún tipo de rencor: “Tienes que entender que no hay nada, ya no queda nada”.

Manchester frente al mar es una emocionante película escrita y dirigida por Kenneth Lonergan en el año 2015(Kenneth no ha vuelto a dirigir nada desde esta y, de verdad, que lo echamos de menos). Ganó el Óscar al mejor guion original y Casey Affleck se lo llevó, en la citada edición, al mejor actor protagonista. Todo merecido.

En una sociedad como la nuestra, en la que parece de obligado cumplimiento el hecho de superar, contra vientos y mareas, todas las dificultades que se pongan en el camino de uno, Manchester frente al mar nos muestra otra opción, tan digna como cualquier otra. Su personaje principal, ante los terribles sucesos que le han sucedido, ante toda la culpa que lleva a su espalda por la imprudencia cometida en el accidente que se llevó la vida de sus hijas, decide no avanzar. Sobrevivir anclado en aquel terrible momento en el que la vida pasó a ser otra cosa, acompañar a sus hijas en sus sueños y mantenerse petrificado ante el qué vendrá.

Muchas personas entienden el cine, también la literatura, como un entretenimiento que los saque de la, en ocasiones, dura realidad. Buscan en las obras vistas o leídas mundos fantásticos, aventuras increíbles, héroes de leyenda o romances que siempre acaban bien. Los dramas los entienden para el día a día. El arte, como ocurre en Manchester frente al mar, puede dar mucho más. El sufrimiento que vivimos junto al personaje principal de la película no es en absoluto gratuito, ofrece un aprendizaje tanto racional como emocional, que a pesar del dolor que nos genera, nos acompañará el resto de nuestra existencia.  

 

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