Adolescencia
De formación soy maestro de primaria y educador infantil. Algo más de quince años de mi vida los dediqué a ser profe en un cole de la ciudad y ahora llevo tres como educador en centro de menores. Entre medias, tuve la oportunidad, durante tres años, de trabajar como voluntario en el centro penitenciario de Monterroso, donde, junto a los compañeros de la Asociación Melissa y las compañeras de la asociación Aliad Ultreia, montamos una radio comunitaria. Digo todo esto porque, con mi perfil, tiene lógica que me interese por la mini serie de cuatro capítulos Adolescencia. La serie se ha convertido en un fenómeno a nivel internacional. Yo me alegro. Me parece un trabajo realmente importante, más allá de cualquier otra consideración, por acercarnos a un mundo del que es necesario hablar.
Adolescencia, propuesta producida por Brad Pitt y Stephen Graham, actor protagonista de la serie que también está involucrado en el guion, está dirigida por el director británico Philip Barantini (Boiling point). Consta de cuatro capítulos independientes que, a modo de las diferentes temporadas The wire, trata diferentes temas. El primero, la detención de un menor de trece años acusado de homicidio, el segundo capítulo nos lleva a su instituto para conocer el caldo de cultivo de todo el caso, el tercero, a modo teatral, se nos presenta al menor, ya recluido en un centro de menores, entrevistado por su psicóloga y en el cuarto y último la cámara se centra en la familia, tiempo después del hecho, intentando reconstruir sus vidas sin su hijo. Cada uno de los capítulos está grabado en plano secuencia, es decir, sin ningún tipo de corte. Este recurso me parece un tanto arriesgado, sobre todo al estar hablando de un drama donde se pretende profundizar en cómo ha podido suceder el asesinato por parte de un niño. Sin duda, funciona, pero, en mi opinión, el recurso elegido brilla en el tercer y cuarto capítulo, donde se prima la actuación de los protagonistas sobre los alardes técnicos mostrados (véase el capítulo del instituto). En el tercer capítulo vivimos unos de los momentos más tensos que hemos visto en una pantalla en muchísimo tiempo. El actor protagonista, Owen Cooper, nos abre los ojos con su actuación. Conversando con su psicóloga, conocemos mejor al personaje que interpreta y percibimos el niño que es. Ha hecho lo que ha hecho, una auténtica salvajada cargada de odio, pero sigue siendo un niño. Una personita perdida con graves problemas de autoestima y de identidad. Su gran inteligencia se mezcla con distorsiones emocionales adquiridas en el ámbito familiar, imágenes de sexo que llegan desde internet (el primer contacto con el porno, en la actualidad, se estima que es a los ocho años) y con mensajes populistas, rancios y de ultraderecha que ha recibido gracias a sus influencer de referencia.
Capítulo a capítulo, según avanzamos con la familia protagonista, nos damos cuenta que la serie, en vez de ofrecernos respuestas, cada vez nos plantea más y más preguntas. Ese es su gran acierto. Ante nosotros aparecen temas que se reproducen en cada uno de nuestros hogares. La falta de tiempo más allá del trabajo (vivimos en una sociedad donde se nos vende que a los menores hay que ofrecer tiempo de calidad como bálsamo a la falta de tiempo tendremos hacia ellos), la apatía de un sistema educativo al cual se le pide demasiado (los profes como malabaristas que tienen que simular que saben de psicología, de sociología, de filosofía compartiendo espacio con otros “profesionales” que miran hacia otro lado) … También nos habla de ese agujero negro que es internet. No es que no sepamos apartar a nuestros hijos de esas pantallas, sino que no sabemos nosotros alejarnos de ellas…. Todo muy difícil.
La serie gana más en sus silencios que en algún que otro diálogo demasiado subrayado. La madre del menor homicida, en un momento dado, dice que deben asumir que debían haberlo hecho mejor con su hijo, pero claro, no entiende cómo habiendo ofrecido la misma educación a su hijo y a su hija, ella sea una persona absolutamente funcional y él ha hecho tal barbaridad. Ella dice que “estaba en casa, en su habitación. Pensaba que así estaba protegido”. Qué curioso. Una pantalla de ordenador, o un pequeño móvil, puede ser la puerta a una despiada jungla.
La educación de un menor es un acto absolutamente complejo donde hay multitud de aristas donde fijarse. Nunca va a ser perfecto, pero lo que sí es cierto, como dice el psicólogo Rafael Guerrero, es que los años de adolescencia, para un ser humano, son tan importantes como los tres primeros años de vida. En ellos todo cambia. En esos momentos hay que estar, día a día, mes a mes, año a año, junto a ellos. Siempre. Sin rendirse, sin abandonarlos. En la adolescencia se están creando personas a golpes de ampliación de libertad, con nuevas relaciones entre iguales que cada vez toman más fuerza, también es el omento de curtirse a base de errores cometidos… Debemos acompañar a esas personas en construcción que son los adolescentes, por mucho que, en ocasiones, nos cueste. Soltarles la mano, no mirarlos, no intentar comprenderlos, nunca será la solución.
Cuando comencé la profesión de maestro tenía veintiséis años, es decir, les llevaba quince años a mi alumnado. Los podía entender mejor que hoy, sin duda. Uno de los puntos más interesantes que nos plante la serie es que si ya de por sí, esta etapa de la vida, siempre supone una ruptura generacional con sus mayores, en la actualidad, la distancia entre ellos y nosotros es muchísimo mayor. Hay un abismo. Gracias al nuevo universo virtual, no tenemos ni idea de lo que ven, de lo que escuchan, de su forma de relacionarse a través de las pantallas…No entendemos ni su lenguaje.
Si creo que a un preadolescente es importante mostrarle películas como La tumba de las luciérnagas para que comprendan el horror de la guerra, también pienso que visualizar con ellos una serie como Adolescencia puede, de alguna manera, nos acerque e incluso facilite un diálogo necesario para ellos y para nosotros.
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