martes, 24 de diciembre de 2024

Mañana será otro día. Capítulo 49: La parra.

 

Crítica digital de La parra

 

La parra

A finales del verano, hablando con un amigo hostelero, me comentaba la variedad de turistas que últimamente albergaba Ferrol, síntoma del renacer que estamos viviendo (después de 30 años perdiendo población, por fin, este 2024 lo acabamos en positivo, sumando vecindario). Le llamaba la atención un turista portugués que, en los últimos años, siempre pasaba una semana de vacaciones en nuestra ciudad. Durante su estancia, día sí, día también, ocupaba lugar en la barra del bar donde él trabaja. Finalmente, en su última visita, le preguntó a qué venía a Ferrol, si es que le cogía de paso. Le dijo que era vecino de Oporto, su lugar de origen y que no realizaba otras visitas durante sus vacaciones. Su destino, en exclusiva, era Ferrol. Aquí, le dijo, disfrutaba de su decadencia. Su ciudad, en su momento, la había tenido y ahora que se había perdido, la añoraba. Se sentía afortunado de haberse vuelto a encontrar con ella recorriendo nuestras calles.   

Ferrol es una ciudad con multitud de aristas en las que fijarse. El mundo naval, el militar, “el Ferrol de toda la vida”, Caranza, Canido, Santa Marina, las casas baratas…Un sinfín de identidades dentro de nuestra pequeña y peculiar urbe. Una ciudad decadente que añora, día sí, día también, un pasado que ya nunca volverá. Esa decadencia, su atemporalidad y lo patético son los principales puntos en los que se fija Alberto Gracia, director de la película de la que hoy hablamos: La parra. También en el Ferrol surrealista. Al fin y al cabo, pocos lugares pueden abrir sus noticiarios con taxis voladores que se adentran en la ría, enormes grúas que caen a ella al día siguiente o serpientes gigantes creando el pánico en los wáteres de la población.

La historia de La parra comienza con una ruta a oscuras. Un guía nos lleva a la ermita de Chamorro. No vemos nada, pues estamos viajando por el monte junto a un grupo de ciegos y el director nos mete en su piel para comenzar la historia. El guía es Cosme, un hombre de mediana edad que al llegar a la cima, mientras el grupo de invidentes celebra la proeza, los abandona, al igual que dice adiós a este mundo, lanzándose desde lo alto de los peñascos. Este grupo de ciegos irá apareciendo, en una extraña aventura con increíble final, a lo largo del metraje. La siguiente escena nos lleva a Madrid. Allí conocemos a un perdedor llamado Damián; cuarentón que sobrevive a duras penas en la capital con casi nada. Recibe la noticia de la muerte de su padre y decide regresar a su ciudad natal, que es la nuestra. El personaje principal de La parra no es Damián (muy bien llevado por Alfonso Míguez, por cierto), lo es nuestra ciudad. Alberto Gracia se esfuerza (y consigue) mostrar la parte más monstruosa de Ferrol y lo hace con cariño. Como si de Frankenstein se tratase. Es un monstruo, pero tiene buen corazón. Con la excusa de la gestión de las cenizas del padre de Damián, se nos guía por diferentes parajes. Pasamos por las casas baratas, bajamos rumbo al centro junto a Damián, dejando atrás a la cafetería Avenida y un sinfín de locales vacíos con el letrero de “se alquila”. Mientras bajamos la calle junto a él, nos es imposible dejar de mirar los rótulos. Llegamos a la pensión La parra, la cual da título al filme. En ella, al igual que hizo Tod Browning en el clásico Freaks de 1932, se trata la diferencia, lo extravagante, el absurdo, con mucho respeto y cariño. Increíble el momento donde el recién llegado, en una comida conjunta, le pregunta al resto de la cuadrilla de qué viven. Yo, en mi butaca, perplejo, casi esperaba que todos comenzasen a cantar, como en el filme anteriormente citado, “lo aceptamos, lo aceptamos, es uno de los nuestros”. También, su director, juega con el tema de la identidad de Damián, al cual todo el mundo confunde con Cosme, el guía suicida desaparecido. En un momento dado, deja de protestar cuando le llaman Cosme, mientras comienza a ocupar el espacio vacío que ha dejado este. Todo parece una metáfora de la metamórfica identidad de Ferrol.

La parra de Alberto Gracia se acerca al cine de David Lynch. Por momentos, parece que estamos en Mudholland Drive (2001) o Carretera perdida (1997). Encontramos en ella escenas extrañas y desconcertantes, siempre atrayentes. El momento del tema reggae cantado por el hombre en silla de ruedas es impresionante. Por último, citar otro juego más que encontramos en La parra; el del tiempo. En la película no es lineal. Puedes estar viendo un noticiario de los 80, vivir los acontecimientos del buque Discovery Enterprise del 98 o recibir llamadas con celulares actuales. Todo es difuso. Parece contarnos que en Ferrol no pasa el tiempo, que la ciudad vive sumergida en un agujero negro o que transita un extraño agujero de gusano. Como si se encontrase eternamente atascada, inamovible. Salir de este bucle es complicado o imposible, como lo era también para los protagonistas de El ángel exterminador (1962) de Luis Buñuel.

En definitiva, destacable filme de Alberto Gracia. Innovador, arriesgado e hipnótico y especial para el público ferrolano. Difícil hacer más con tan poco.  Todo lo que hay en ella, de alguna manera, nos suena, más allá de los lugares físicos por donde transita. Para finalizar, una última referencia que me vino a la memoria mientras la visualizaba. Se trata de Espíritu Sagrado (Chema García, 2021), una notable película que comparte aspectos con la citada. Al igual que en La Parra, ante nosotros, actores y actrices no profesionales que nos llevan a un mundo tan conocido como angustiante.

 

domingo, 15 de diciembre de 2024

Mañana será otro día. Capítulo 48: La guerra de los Rohirrim.

 

Crítica online LA guerra de los Rohirrim

 

El señor de los anillos: La guerra de los Rohirrim

Como si por arte de magia regresásemos al pasado, estas navidades, en nuestras salas, una nueva película de El señor de los anillos. Esta vez, en versión animada. Quítense los prejuicios (si los tienen) en torno a la animación y si les gusta el mundo ideado por el escritor J.R.Tolkien, o las adaptaciones cinematográficas llevadas a la pantalla por el director Neozelandés Peter Jackson, no se pierdan esta muy entretenida película recién estrenada en nuestra cartelera.

Sin duda, en la obra de Tolkien, destacan dos novelas, dos clásicos de la literatura que abrieron ante sus lectores un universo magnánimo, espléndido y casi infinito. Una es El Hobbit, novela tan corta como maravillosa. De esas que coges con 15 años y nunca la olvidas y según te haces mayor, la vuelves a releer y percibes que no era una obra juvenil, sino absolutamente atemporal (como La isla del tesoro o El principito) y lo antes leído, con la nueva madurez, adquiere todavía más valor. La otra obra, la más grande, clásico de la literatura universal, es El señor de los anillos. Recién comenzado el siglo XXI acudí al cine a ver La comunidad del anillo sin haber leído la novela. Entreteniéndome, no me volvió loco. Tampoco el resto de la trilogía cinematográfica. Yo era fan del Peter Jackson más gamberro, el de sus inicios. Aquel que había hecho llegar desde su tan lejano país, hasta nuestros videoclubs, títulos como Mal gusto o Braindead, tu madre se ha comido a mi perro. Hace 15 años, recién estrenada mi treintena, José Torregrosa, gran amigo y antiguo poseedor de esta sección cinematográfica, me regaló la novela completa de El señor de los anillos en un único tomo. Me regaló su ejemplar, el que le había acompañado hasta sus, de aquella, 60 años. Ahí, todo cambió. El verano de 2010 fue uno de los mejores de mi vida gracias a haberme devorado, en apenas un mes, una de las mejores novelas que se han escrito y he leído nunca. Tras su lectura, me gustaron mucho más las películas. Me di cuenta de que Jackson en su adaptación de la trilogía (no en la del Hobbit, para mí horrorosa, absolutamente estirada y en la que apenas se aporta nada a lo visto en ESDLA) había acertado al aligerar la historia, en centrarse en la aventura y el entretenimiento y no pretender el hecho, casi imposible, de mostrar la profundidad, la eterna poesía que contienen las palabras siempre bien enlazadas de Tolkien. Con el director neozelandés vivimos las aventuras, con Tolkien gozamos en cada uno de los parajes de la Tierra media y conocemos la profundidad de cada una de las razas que habitan su creación.

Peter Jackson, conocedor de la necesidad de filmar películas de este universo, para no perder los derechos de la obra a nivel cinematográfico y supongo preocupado por el poco entusiasmo que los fans de este universo están mostrando ante los últimos productos que han salido ( la serie Los anillos del poder), produce La guerra de los Rohirrim, contratando al director de anime Kenji Kamiyama (de la saga Ghost in the Shell) y metiendo en este curioso proyecto a gran parte del equipo que trabajó en sus películas. Lo que se nos cuenta está ambientada casi 200 años antes de que Bilbo Bolsón encontrase el anillo único. Ante nosotros, Hera, hija de Helm, legendario rey de Rohan. Nuestra nueva heroína (inventada para la ocasión, pues su personaje no tenía ni desarrollo ni nombre en el relato original en el que se basa la película) defenderá, junto a su padre y hermanos, su reino de Wulf, antiguo amigo de la infancia, que busca venganza por la muerte de su padre a manos de Helm mano de hierro.

La guerra de los Rohirrim, desde su comienzo, aunque evidentemente nos acerque al anime por el tipo de producción, huele a Tolkien y, todavía más, a Peter Jackson. La historia que se nos cuenta, perteneciente al apéndice A de El señor de los anillos, está centrada en el mundo de los humanos. No tendremos hobbits, ni ents, ni al mágico Tom Bombadil rondando los bosques, pero no importa, pues disfrutamos de una de esas pequeñas grandes aventuras ideadas por el británico. La música de Stephen Gallagher nos lleva, de nuevo, a un lugar donde hemos sido felices. Nos recuerda algo que nos ha hecho sonreír, sin llegar a la maestría de las composiciones para la trilogía original de Howard Shore (qué maravilla). Posee una combinación de animación clásica en dos dimensiones con fondo en tres dimensiones. A mí me gusta. Hera, el personaje principal, nos recuerda, con su independencia, con su libre albedrío, a la protagonista de La princesa Mononoke de Hayao Miyazaki, sin llegar, tampoco, a la excelencia de la obra maestra que cito. Es un personaje que, sin llegar a ser emblemático, tiene una fuerza y un saber estar que mantienen siempre el interés del espectador. De las dos horas y cuarto que dura la película, creo que sus dos primeros tercios son los mejores. Una vez llegamos a la resolución, la historia pedía un acelerón más, subir una épica que siempre está presente, pero que pedía a gritos una resolución más explosiva. Llegamos al culmen demasiado pronto, en el momento en el que descubrimos por qué Cuernavilla pasó a denominarse El abismo de Helm. Después, su tramo final, con el asedio a los protagonistas al citado lugar, se parece demasiado a algunos de los asedios vividos en anteriores aventuras de la saga, donde al final, siempre vienen “los buenos” al rescate, en el momento donde todo parecía perdido.

La guerra de los Rohirrim es una buena película de entretenimiento donde se demuestra que este universo tiene mucho que ofrecernos en el plano audiovisual y que, por primera vez, lo encontramos en una historia con un principio y un final. No tenemos que esperar continuaciones para conocer su desenlace. Aun siendo lo que se cuenta muy sencillo, tanto como sus personajes, nos sabe acercar a La tierra Media con dignidad, con épica y, por momentos, con emoción. En ella, en ocasiones, nos sentimos como en casa, disfrutando de parajes ya vistos en otros filmes. Para mí, tras la trilogía de El señor de los anillos, la mejor adaptación del universo de Tolkien. Ojalá sigan contándonos, sea en formato animado o en imagen real, historias de la Tierra media con el mismo rigor y gusto que han hecho Kamiyama y Peter Jackson en esta Guerra de los Rahirrim.

 

 

 

 

 

 

lunes, 9 de diciembre de 2024

Mañana será otro día. Capítulo 47: La infiltrada.

 

La infiltrada

Acudí esta semana al cine a ver uno de los grandes estrenos de los últimos meses y que me había quedado pendiente.  Por suerte, continúa en cartelera. La infiltrada, dirigida por Arantxa Echevarría (Carmen y Lola, Las chinas, entre otras) es uno de los bombazos de taquilla de este 2024. Más de un millón de espectadores han pasado por nuestras salas desde su estreno (mediados de octubre) y con siete millones de euros, por el momento, de recaudación, se ha convertido en la segunda película española más taquillera del año (imposible competir contra las películas familiares de Santiago Segura). Es una de las 10 películas más vistas en España de todas las nacionalidades. Estos datos no son “moco de pavo”.

La historia que a tantos nos ha cautivado está basada en la historia real de Arantxa Berrrade, pseudónimo utilizado por una agente de policía infiltrada durante 8 años, primero en el entorno etarra y luego, directamente, teniendo contacto con la banda terrorista. Sin duda, gran premisa.

El papel de Arantxa es interpretado por la maravillosa y siempre creíble Carolina Yuste. El año pasado ya me había fascinado en la interpretación de la primera mujer del cómico Eugenio, en la película de David Trueba Saben aquell. Peliculón, por cierto. La había conocido antes, en la también muy notable película de la directora de La infiltrada, Carmen y Lola (2018). Ella es nuestra infiltrada. Una joven que con 20 años abandona toda su vida para dedicarla a la lucha contra ETA. Una vez dentro, deja de existir; ya es otra persona. Debe inventarse una nueva personalidad, establecer nuevos amigos (¿en la mentira existen los amigos?), procurar mantenerse cuerda a lo largo de los años sabiendo que su nueva vida es un no parar de fingir. Carolina Yuste es la gran protagonista de la película. Está omnipresente. Junto a ella, a ráfagas, nuestro Luis Tosar, haciendo de Ángel, el policía que la infiltró. También es muy interesante la relación que establece la joven con dos etarras. Uno es Kepa (Iñigo Gastesi), joven e ingenuo, con el que convive. De alguna manera, tienen más en común de lo que pueda parecer en un principio. Están solos, no tienen familia, viven por y para algo un tanto difuso. El otro etarra, Sergio, está interpretado por Diego Anido, de nuevo fantástico. Es un tipo bruto, un animal. Es tan bestia como su papel en As bestas, donde interpretaba al hermano del sádico Xan (Luis Zahera). ¿Lo recuerdan? Este actor tiene un físico muy peculiar, con una fuerza desgarradora y primigenia que nos impacta en este tipo papeles. Las relaciones entre todos ellos son muy interesantes, pero no perfectas. Da la sensación que la directora, Arantxa Echevarría, todavía podía sacar más de ellas. Aun así, La infiltrada nunca decae ni pierda interés.

La infiltrada es un trepidante thriller. Nos mantenemos pegados a la pantalla en cada uno de los 120 minutos que dura. Induce al espectador una pregunta: ¿Cómo se puede vivir en las condiciones que lo hacen los personajes del filme? La pregunta no solamente nos la hacemos por la policía infiltrada, la cual nos hace pensar mucho en el por qué dedicar tu existencia (que solo tienes una) a algo que te obliga a ser otra persona, sin familia, sin verdaderos amigos, sin tus intereses…También nos planteamos la vida de los dos etarras, absolutamente opuestos, e incluso de los policías que siguen la operación de cerca; siempre ocultos. La tropa de policías secundarios está muy bien, tanto los personajes, como los actores y actrices que les dan vida. Déjenme destacar aquí a Víctor Clavijo que, tras sorprendernos en la notable La espera con un papel protagónico, aquí lo tenemos en un secundario realmente convincente.

La infiltrada demuestra la buena salud del cine español, el cual sabe moverse con soltura en todo tipo de géneros. En el terreno del thriller, en mi opinión, ha dado un impresionante salto de calidad en la última década. Sabemos contar desde aquí lo que es de aquí, sin tener que recurrir a modelos y formas de hacer hollywoodienses.  

Para acabar, hablar también del gran nivel que muestran muchas series españolas. En el mundo de las plataformas, al igual que está ocurriendo en el resto del mundo, directores y directoras, actores y actrices, que antes solo estaban en la gran pantalla, se entremezclan y dan lugar a proyectos realmente interesantes. Se acaban de estrenar dos series a las que debemos prestar mucha atención por venir de quienes vienen. Una es Querer, de Alauda Ruiz de Azúa, directora que nos deslumbró con la película Cinco lobitos (2022). Apúntenla. La otra, es del gran Rodrigo Sorogoyen y se llama Los años nuevos. Rodrigo ha filmado algunas de las mejores películas españolas de los últimos años, como El reino o As bestas. A su vez, ha combinado estos trabajos cinematográficos en el mundo del cine, con series tan notables como Antidisturbios o El apagón. A por ellas.