La primera profecía
“El niño ha muerto. Respiró por un momento. Luego dejó de respirar. El niño está muerto”.
Cualquier historia, sea literaria, sea cinematográfica, debe comenzar con la suficiente fuerza como para lograr que el receptor de esta ansíe saber, necesite conocer más. De esta manera tan estremecedora comienza The omen (La profecía) de Richard Donner.
La cita con la que encabezo la sección cinematográfica de hoy son los pensamientos de Robert Thorn, interpretado por un maduro Gregory Peck, el cual había perdido a su hijo en la vida real e hizo el film como forma de superar la tragedia. El señor Thorn es el embajador estadounidense en Roma. Acaba de perder a su bebé y su mujer todavía no lo sabe. Un minuto más tarde, un sacerdote vaticano, le ofrece una solución para mitigar el dolor de su esposa: adoptar un bebé y que esta, la cual no sabe que su retoño ha fallecido, dé por hecho que es el suyo. “Tiene suerte, Dios le ha dado un hijo”, le dice el sacerdote. Él acepta el trato y su mujer lo llamará Demian. El personaje de Lee Remick no sabe que el hijo no se lo ha dado Dios, sino el mismísimo demonio. Si ya es difícil criar a un hijo, imagínense hacerlo con la reencarnación del anticristo.
El director Richard Donner, nunca suficientemente reconocido, nos ha llevado a las salas de cine, a lo largo de diferentes décadas, con grandes películas de entretenimiento. Superman, Lady halcón, Los Goonies o la saga de Arma letal son algunas de ellas. En La profecía nos cuenta el terrorífico nacimiento del demonio, de Demian y su crecimiento en la burguesa familia Thorn. En el quinto aniversario del pequeño comienzan a suceder una serie de muertes brutales. Un ejemplo de esto es el suicidio de la niñera de Demian, en la misma celebración de cumpleaños de este, con decenas de niños de testigos.
La película, sin duda, era una de las tantas muestras de la libertad creativa, de las ideas expuestas sin miedos y sin complejos, que generaba la industria del cine en aquellos momentos. Películas como El exorcista o La profecía, estaban ideadas para abarrotar salas y aun así no se cortaban ni un pelo a la hora de reforzar el terror. No lo hacían con sustos, sino con terribles ideas como la de esta película. Repito, no puede haber nada peor que la crianza del hijo de Satanás.
La música del film original se llevó el Óscar a la mejor banda sonora del año 76. Jerry Goldsmith compuso en ella una música de mil demonios que, sin duda, es mejor no escuchar, a solas, en un cuarto oscuro. El “Ave Satani”, tema principal de esta, suena absolutamente aterrador casi cincuenta años después.
Pues bien, la película tuvo varias secuelas. La segunda y la tercera, cuando menos curiosas. También hubo un remake y una serie, ambas para obviar. Y a día de hoy, en plena fiebre de “asegurar los cuartos” de las productoras, donde en nuestras salas aparecen una y otra vez remakes o revisiones de películas clásicas, se estrenó hace una semana “La nueva profecía”, precuela de la película original.
Me acerqué a ella con cuidado. Tonto de mí, había ido hace unos meses a ver la nueva de El exorcista (El creyente) y me había encontrado con un bodrio de mucho cuidado. Al visionarla, me planteaba, una y otra vez, en qué se habrían podido gastar el presupuesto de 30 millones de dólares. Según se acercaba la fecha del estreno de esta primera profecía, me llevé la primera alegría al ver que la protagonista del filme era Nell Tiger Free, actriz que había seguido con interés en la notable serie de M. Night Shyamalan, “Servant”.
Pues bien, La primera profecía superó ampliamente mis expectativas (tampoco eran muchas, he de decir) y supone un buen regreso a la saga que, incluso, nos deja con ganas de más.
¿Por qué? A diferencia de la citada El exorcista: El creyente, se cree a sí misma. Intenta beber de la atmósfera de la película original y se compromete hasta el punto de intentar recrear esa Roma de principios de los 70, justo el momento en el que comenzaba la primera película de la saga. Esta precuela conoceremos a la madre y sí, también al padre de Demian. ¡Menudo bicho! La película, aun conteniendo escenas fuertes, sobre todo la del parto, con una vagina en primer plano, donde sale de todo menos un tierno infante, intenta jugar más a incomodar al espectador que a impactarlo visualmente. Gran acierto. También sabe inventarse un buen entramado para presentarnos “eso que no sabíamos” del origen del demonio. Todo bien engrasado. En la parte final, la cual empata con la película original, escuchamos, por fin, esa obra de arte musical llamada “Ave Satanis”. Sin duda, el mejor homenaje que podrían haberle dado a la obra del 76. La película, a los amantes del terror, nos deja gozosos. Con ella, regresamos al ambiente de la película iniciática, sin recurrir, como hacen tantas otras, a calcar escenas de las películas originales para embriagarnos de nostalgia (véase las nuevas películas de Los cazafantasmas).
La primera profecía se siente una obra única y yo, como espectador, lo agradezco. En la dirección, evidentemente, no está Richard Donner, pero Arkasha Stevenson se empeña en generar imágenes poderosas. La actriz protagonista sostiene en todo momento el filme y se pasea con gusto por un ambiente realmente enfermizo. Pegas las hay, claro, pero no como para desecharla. La historia, interesante y convincente, se apoya en un guion, en ocasiones, un tanto flojo. El tratamiento de algunos secundarios deja bastante que desear. Otro asunto que funciona a medias es la recreación de la época. Como dije antes, es apreciable el esfuerzo que han puesto en sumergirnos en esa Italia de principios de los 70 y el ambiente de un orfanato religioso. Aun así, en determinados momentos del film sentimos que la película hace equilibrismo para que algunas de esas escenas costumbristas no resulten ridículas. Por suerte, nunca llega a ser así.
La nueva profecía es una disfrutable película de terror, con momentos notables y siempre entretenida, digna sucesora de aquella joyita del género de terror protagonizada por el gran Gregory Peck.
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