Para comenzar, miremos un mapamundi y si es de Peters, mejor. Al sur de Mauritania, al oeste del inmenso Mali y en la costa Atlántica, se encuentra Senegal. Lo primero que llama la atención es que, literalmente, dentro de él se encuentra un país con la forma de un río: Gambia. Mientras Senegal fue constituido como colonia francesa, Gambia pasó a formar parte del Imperio Británico, también interesado en la zona, debido al fructífero negocio esclavista que realizaron las potencias europeas durante siglos.
Debajo de este pequeño país, se encuentra la región, ahora senegalesa, de Casamance, incorporada por Francia a Senegal, aunque con historia, lengua y cultura diferentes.
Tras habernos orientado geográficamente, comenzaremos nuestro viaje. Dejando atrás Mauritania, montados en un imprescindible todoterreno, percibimos de inmediato la diferencia de paisaje que se advierte al traspasar la frontera natural que constituye el río Senegal. Nos despedimos del desierto del Sahara y comenzamos a vivir un paisaje tropical realmente diferente, que nos hace meter de lleno en el África Negra. Desde un primer momento, Senegal y sus habitantes transmiten una frescura y vitalidad difíciles de explicar.
La primera parada, San Luis. Antigua ciudad colonial, era frecuentada hace ahora 80 años por el gran escritor Antoine de Saint Exupery, célebre autor de “El principito”, que trabajaba como piloto en el transporte aéreo de correo francés, siendo dicha ciudad uno de sus frecuentes destinos. En Senegal, fue donde conoció los majestuosos baobabs, árboles empeñados en destruir el pequeño mundo del Principito con sus enormes raíces.
Las calles y clima de San Luis crean la sensación de estar paseando por las calles de La Habana.
Hay que destacar que, cerca de la ciudad, se encuentran las reservas naturales de Djoudj y Langue de Barbarie, donde podemos contemplar el espectáculo de animales en libertad: monos, tortugas centenarias, óryx (una especie de antílopes), pelícanos, etc.
Y, ¡lo pequeño que es el mundo...!, pensé yo, cuando, paseando por la ciudad, escuché a un ciudadano del lugar que me preguntaba si era español.
-Sí, le respondí.
-¿Eres gallego?- preguntó.
-Pues sí…le respondí -¿Cómo lo sabes?
-No lo sabía; pero es que yo estuve trabajando en Galicia, en una pequeña ciudad llamada Ferrol...- me explicó Ismael, pues era así como se llamaba.
Cuando le comuniqué que esa era mi ciudad, cogió su teléfono móvil, marcó un número y me puso con Makou, su hermano, el cual habita en nuestra ciudad desde hace casi una decena de años. Mientras conversaba con él, pensaba en la casualidad tan enorme que se había producido: cada uno en la ciudad de origen del otro, a tantos quilómetros de distancia... Pero, eso sí, por muy diferentes motivos.
También fue en esta ciudad donde conocí la trágica historia de los talibés, niños cuyos padres no pueden mantenerlos y, por ello, son puestos bajo la tutela de los baifales, los cuales sirven, a su vez, a un marabú, guía espiritual musulmán. Normalmente el baifal tiene a su cargo entre 10 o 20 pupilos, los cuales acuden a sus clases en la escuela coránica. A parte de su formación religiosa, estos pequeños pasan el día recolectando dinero para el marabú en unas penosas condiciones. El tipo de vida del talibé depende del baifal con el que están. El prestigio y el seguimiento que la sociedad senegalesa muestra hacia los marabúes, quizás tenga que ver que de éstos surgió la principal oposición a la dominación colonial francesa.
Continuamos nuestro viaje. Parada en el lago Rosa, lugar de finalización del tristemente famoso rally París-Dakar, cuya celebración, año tras año, se cobraba varias víctimas por atropello.
En dicho lago, aparte del color rosáceo que le da nombre, llama la atención la densidad de su agua, pues registra 10 veces la cantidad de sal del mar y, por lo tanto, a pesar de los kilos que se ostenten, no importa, flotas. En un agua tan salada, no es recomendable permanecer más de 15 minutos; pero, aun así, hay multitud de lugareños que viven de la extracción de sal.
Cientos de barcas se encuentran todos los días sobre el lago. Los hombres extraen la sal de los fondos marinos y, al llegar a la orilla, las mujeres son las encargadas de su transporte.
La sensación, cuando se está metido en pleno lago, es ciertamente extraña: incluso nadar constituye una tarea complicada.
Cerca del lago, encontramos el monasterio católico de Keur Moussa. El 10% de la población senegalesa es católica (el resto, musulmana); pero ésta, como en todas las partes del mundo, se ha adaptado a la región y cultura del lugar: los monjes cantan gregoriano en la lengua wolof, la más hablado en Senegal, con instrumentos tradicionales.
Yo, que nunca me he adentrado mucho en el mundo de la fe, reconozco que los cantos escuchados en este monasterio me pusieron los pelos de punta.
Siguiente parada: Dakar, caótica capital del país. Pegado ella, se encuentra la isla de Goreé, tristemente famosa ya que este enclave, desde el siglo XV al XIX, ha sido uno de los mayores puntos de venta de esclavos del mundo. Una vez producida la venta, en la misma isla eran encadenados, para ser transportados, en condiciones infrahumanas, a un nuevo mundo donde servirían de mano de obra en los extensos campos americanos.
Se estima que unos diez millones de esclavos llegaron vivos a América a lo largo de estos siglos. La América española introdujo en el nuevo mundo 1.600.000; la América portuguesa, con 3.650.000; América francesa, con 1.600.000;( América inglesa, con 2.100.000 y la América holandesa, con 500.000.
Aparte de estas escalofriantes cifras, habría que reflejar, también, las muertes de habitantes africanos que se dieron en las "cazas" de esclavos. Igualmente, las bajas producidas en los barcos donde se realizaba el transporte hacia América. Debido a las penosas condiciones, de las aproximadamente cuatrocientas personas que viajaban en cada navío, había un porcentaje de bajas estimado entre el quince o veinte por ciento. Es decir, uno de cada cinco pasajeros moría en la travesía.
Este negocio supuso la perpetuación de un estado de guerra permanente entre los estados negreros africanos para conseguir la hegemonía en el tráfico de esclavos. Por otro lado, hay que tener en cuenta el considerable retroceso de la población en los países objeto de estos secuestros en masa, principalmente población joven entre 15 y 35 años. Esta regresión demográfica es acompañada de un claro retroceso político y cultural, provocado por este macabro mercado de seres humanos, sin duda, uno de los principales motivos para que se diese la decadencia profunda del África Negra.
De todos modos, en la isla también viví experiencias que me hacen pensar que el pueblo senegalés ha sabido dar un paso hacia adelante en la superación de tan triste pasado. Alumnos senegaleses de unos 10 años estaban junto a sus profesores visitando el museo de los esclavos, antigua casa de venta de éstos. Los niños, con suma atención, iban respondiendo las preguntas que formulaba el guía. Conocer la propia Historia es siempre la mejor arma para abordar el presente y futuro.
A la salida de la isla, me preguntaba: ¿Por qué esta parte de la Historia no tiene mayor cabida en los temarios de nuestros centros educativos? Quizás porque África sigue siendo esclava de Occidente y, aunque de manera diferente, se perpetúa como fuente de recursos a precio paupérrimo o, directamente, robados.
Para finalizar este viaje de recuerdos que hago junto a ustedes, me referiré a Popenguine, pequeño pueblo de la Petite Cote senegalesa, zona turística del país. Este precioso lugar me permitió conocer un interesante proyecto iniciado en 1987. La comunidad femenina local comenzó una batalla contra la deforestación y degradación que había sufrido la zona. Ciento dieciséis mujeres crearon, de forma voluntaria y espontánea, el RFPPN (Colectivo de Mujeres de Popenguine para la Conservación de la Naturaleza). Teniendo en contra multitud de factores, arriesgando sus reputaciones y plantando cara, en muchos casos, a sus propios maridos, levantaron un proyecto de conservación y regeneración de su entorno natural.. A su vez, comenzaron a fomentar un turismo ecológico que les está dando muy buenos resultados y que ha callado la voz de todos sus detractores. El colectivo de mujeres que se encarga del campamento turístico de Popenguine, es el único de la región que está gestionado únicamente por mujeres y, también, el único negocio de estas dimensiones erigido por población local, pues el resto de negocios turísticos fueron creados a fuerza de euros.
Allí, en Popenguine, también conocí a Souleyman, joven pastor de la etnia paul, empeñado en viajar a España, para así poder tener oportunidades de avance personal. Con él conocí el teranga senegalés y compartiendo un té, en su humilde casa, habitada por su inmensa familia, me contaba, en un buen español, lo difícil que es progresar en el lugar y que la salida que encuentran muchos jóvenes es el turismo sexual, realizado por maduras europeas. Él prefería vivir honradamente, con sus limitaciones, a pasar a atender a las viejas blancas, como él las llamaba.
-Miguel- me dijo-, pienso que son cosas de la pobreza.
Yo también pienso que son cosas de la pobreza, Souleyman; y de la injusticia: principalmente, de la injusticia.