domingo, 4 de febrero de 2024

Mañana será otro día. Capítulo 3: La zona de interés.

 

En el verano del año 2009 realicé un viaje en coche, por el centro de Europa, junto a un grupo de amigos. A mitad de viaje, ya pensando en adentrarnos en la República checa y así conocer esa joya de ciudad llamada Praga, decidimos alterar un tanto nuestra ruta inicial. Desde Alemania cruzamos la frontera con Polonia y nos dirigimos a Oswiecim, población cercana a Cracovia, donde se ubica el terriblemente famoso campo de exterminio de Auschwitz. Veníamos de Dresden y queríamos completar esa importante parte de nuestra historia moderna, que fue la segunda guerra mundial.

Allí pasamos un día entero de aquel viaje de juventud. Durante aquella jornada aprendimos que Auschwitz es en la actualidad un magnífico museo de la historia presente. En él, no os equivoquéis, no nos encontramos cuentos de cómo unos monstruos intentaron aniquilar a judíos, gitanos, discapacitados, comunistas, demócratas, … Allí conocimos como un grupo de seres humanos decidió realizar auténticas barbaridades y parte del mundo miraba hacia otro lado.

En Auschwitz también descubrimos que ese campo, primero de concentración, luego de exterminio era una auténtica empresa del mal, terriblemente eficiente y con toda una maquinaria perfectamente engrasada con la que aniquilar a miles de personas diariamente. En esta enorme estructura (hay que pensar que llegó a albergar más de 100.000 prisioneros y miles de guardias) provocaban, para poder controlarlos, un constante terror entre sus habitantes, enfrentamientos entre ellos y la deshumanización absoluta de los prisioneros. Pasaron a ser números y raparon sus cabezas. El considerar inferior, o directamente no humanos, les facilitaba la matanza que estaban ejerciendo. Este hecho es tan repetido a lo largo de la historia que, hace muy pocas semanas, el ministro de defensa israelí dijo que estaban bombardeando animales, en referencia a la masacre que está ejerciendo el estado de Israel hacia el pueblo palestino.

El último aprendizaje de aquella visita fue que durante ese viaje no íbamos a poder hablar sobre lo visto y sentido. Había sido demasiado fuerte. Aun así recomiendo al cien por cien la visita. No podíamos continuar de turisteo con todo eso en la cabeza, por lo que hasta nuestro regreso, no tratamos el tema.

La zona de interés trata de la banalidad del mal. Los nazis mientras realizaban estos terribles actos los ejecutaban creando una disociación de sus mentes. Por un lado seguían con la misma vida que habían tenido anteriormente, en sus casas, con sus hijos… Por otro, cuando ejercían la maldad absoluta la vivían como un trabajo. Luego, los que rodeaban a los asesinos directos (mírese la esposa del comandante Höss en la película), miraban hacia otro lado. Se desprendían de toda ética y pensaban solamente en su cada vez más abundante riqueza.

Jonathan Glazer (Unther the skin, Birth) nos presenta en su nuevo largometraje al comandante de Auschwitz Rudolf Höss y su esposa Hedwig, los cuales han construido una vida llena de lujos en una casa pegada al campo de exterminio. La película es una adaptación de la novela de Martin Amis y nos cuenta la cotidianidad de la vida de esta familia y sus hijos, adentrados ya en La solución final adoptada por el régimen nazi.

La premisa de la película es realmente buena. El cine no ha tratado demasiado la banalidad del mal. Quizás, el argentino en películas que hablan sobre su terrible dictadura militar y los años posteriores a esta.

Durante el filme vemos a la adinerada familia, su día a día y de fondo escuchamos continuamente la barbarie. A destacar el gran trabajo de sonido que, durante todo el metraje, nos mezcla lo que parece una industria, con disparos y gritos que se producen dentro del campo de exterminio.

Durante el metraje nos iremos de paseo con la familia por el lago cercano mientras escuchamos los gritos de los recluidos o intuimos extraños movimientos de soldado. También seremos testigos de todo tipo de convenciones sociales mientras el mal roza sus caras y las nuestras. La mujer del comandante Höss (por cierto, excelente el trabajo de Sandra Hüller) le dice a su madre que está deseando que crezcan las hiedras del muro que separa su casa del campo. Menudo coñazo eso de estar viendo día sí, día también, las chimeneas de los crematorios trabajando sin parar. Al comandante lo encontraremos en reuniones de “trabajo” que tiene con altos cargos militares o importantes empresarios, poniendo así en práctica el exterminio milimétricamente diseñado. En ellas se habla de cargas, de unidades... No son muertos, no son personas. Así, de nuevo, todo más fácil.

La zona de interés es una película bien rodada, bien interpretada, con buenos propósitos, por momento impactante. De todas formas, a mí me gusta más la premisa que la ejecución del filme. El cine de Jonathan Glazer me resulta gélido, no me llega adentro. ¡Qué le voy a hacer! Interesándome lo que cuenta, me chirría cuando subraya demasiado el esperpento que estamos viendo (quédense con la llamada telefónica sobre el arbusto de lilas o el comentario del comandante Höss a su mujer tras acudir a una fiesta, en relación a las cámaras de gas). No quiero quitar mérito a las intenciones que alberga el filme y al buen hacer del director. Creo, aun así, que nos estamos pasando con eso de estar diciendo continuamente “una nueva obra maestra”. Obras maestras hay un puñado, no salen diez cada año.

Para finalizar, decir que ojalá dejemos de ser tibios en señalar las atrocidades que se realizan hoy en día y, así, que no se encuentren nuestros descendientes, dentro de 80 años, una película sobre las barbaridades del hoy y cómo nosotros mirábamos hacia otro lado.

Podéis encontrar La zona de interés en los Cines Dúplex, en Ferrol.

Por cierto, en mi visita a Auschwitz viví algo que por poco me hace vomitar. Tras salir impactados de la cámara de gas, un grupo de unas veinte personas, nos dirigimos a los barracones donde vivían los prisioneros. La guía nos explicó sus penurias, las acciones del Kapo de cada barracón y también que resultaba casi imposible salir vivo de allí. Muy pocos lo consiguieron. Yo me encontraba muy afectado y realmente afligido. Mis entrañas casi salen de mi estómago cuando una pareja se sentó en una de las camas del barracón y se hizo un selfie mientras se daban un sonriente morreo. ¿Dónde guardarán esa foto? ¿Junto a la torre Eiffel? ¿Junto a la del Machu Picchu?

Qué decir…Seguimos en las mismas…A tragar saliva…

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