DUNE
En 1965,
Frank Herbert, no sin dificultades, logra publicar la novela Dune.
El éxito fue rotundo. Esta obra de ciencia ficción, donde las luchas entre
familias y los planetas imposibles son marca de la casa, logra los principales
premios internacionales de este género literario, como son el Premio Nébula y el
Premio Hugo.
Fran Herbert
nos presentaba un futuro lejano, más de 10.000 años adelante en el tiempo. Un
gran imperio galáctico conviviendo en el universo. Multitud de casas luchando
entre ellas, continuamente, por alcanzar el poder. En una de ellas, vive el
joven Paul, de la casa Atreides, Es heredero al trono familiar y junto a él
recorreremos el viaje del héroe.
Alrededor de
la historia de Dune, se encuentra una peculiar sustancia, llamada “la
especia”. Esta droga, extraída de los gusanos gigantes que pueblan el planeta
Arrakis (también llamado Dune por la tribu de los Fremen, que habitan el
lugar), facilita el pliegue del espacio-tiempo en el universo, por lo que se
antoja imprescindible para los viajes espaciales. A su vez, “la especia”,
expande la conciencia a un nivel superior, tiene efectos psicotrópicos,
facilita ver otras realidades y prolonga la vida de las personas que la consumen.
En la época
en que Frank Herbert escribió esta primera parte de Dune, principios de los 60,
el LSD todavía no había sido prohibido oficialmente. La sociedad todavía no
albergaba una generación de jóvenes “tocados” por el consumo de lisérgicos y
figuras como el psicólogo de Harvard Timothy Leary proclamaban a los cuatro
vientos a los estudiantes americanos que “se engancharan, entrasen en la onda y
se desconectaran”. Este mensaje, a los ya entraditos en años, nos suena,
¿verdad? “Rockeros, el que no esté colocado, que se coloque… y al loro”, dijo
uno.
Una década
antes, durante los años 50, antes de llegar a las calles americanas, las drogas
psicodélicas habían sido experimentadas por científicos de alto orden que
buscaban en ellas caminos alternativos para el cerebro humano. Son realmente
interesantes los ensayos del escritor Aldous Huxley (Un mundo feliz, La
isla, etc) sobre el tema. En Las puertas de la percepción y en Cielo
e infierno, nos cuenta, en primera persona, sus experiencias con la
mescalina y otros alucinógenos. En ellas se nos narra como Aldous consume los
psicodélicos acompañado por científicos que irán anotando todos sus
comportamientos y mensajes transmitidos por el eminente pensador. Otra
curiosidad, el título de la obra The doors of perception, será adoptado
por Jim Morrison para el nombre de su banda, aunque finalmente decidiese
recortarlo y quedase el por todos conocido: The doors.
Este es el
contexto en el que se mueve la obra Dune. Su éxito arrollador en el
género, empujó a Frank Herbert a escribir en vida cinco novelas más sobre este
universo (la última en 1985). Sus herederos continuaron el negocio familiar,
ampliando la saga con algunos títulos.
Muchos de
los caminos que aborda la novela, muchos de los temas tratados, los fuimos
encontrando en diferentes películas a lo largo de los años. Nadie debería negar
lo absorbido por Star Wars (bueno, la pregunta sería: ¿de qué no ha
bebido la primera trilogía de La guerra de las galaxias?). La figura de
Paul Atreides, sus dudas sobre si es o no el elegido, la tendremos muy presente
en la saga de Matrix. Y en tantas otras…
Ahora que
tenemos en nuestra cartelera (Cines Odeón y Cines Dúplex en nuestra
comarca) la impresionante Dune parte 2 de Denis Villeneuve, debo pararme en las
dos anteriores propuestas cinematográficas de la obra. Una inconclusa, otra
imperfecta.
A finales de
los años 70, el director chileno, psicomago, filósofo, guionista de cómics, Alejandro
Jodorowsky se encontraba en lo más alto de su carrera. Había dirigido películas
como El topo o La montaña sagrada y contaba con un prestigio que
le impulsó a llevar el mastodóntico proyecto de Dune a la gran pantalla. Lo
hace a lo grande, con una ambición desmedida, propia de él. “Quería hacer una
película psicodélica. No quería que la gente tomase LSD, quería hacer una
película que fuese puro LSD” (conectando con todo lo dicho anteriormente).
Alejandro
compró los derechos de la obra a un precio ridículo, para el momento, en 1974.
Tras esto, comienza el reclutamiento de sus llamados “guerreros espirituales” que
lo acompañarían en el proyecto. Sin duda, Alejandro, estaba en el candelero,
tenía grandes contactos y muy buenos amigos.
El grupo de
música Pink Floid sería el encargado de la banda sonora. Está claro que con su
música, la psicodelia estaría garantizada. Mick Jagger, sería el villano
guerrero Feyd-Rautha; papel que interpretaría más tarde, en la versión de David
Lynch, otra estrella del rock, Sting. Le
costó más convencer a Salvador Dalí para que interpretase al malvado Emperador
Padishah. Finalmente accedió con una condición: ser el actor mejor pagado del
mundo. Le ofrecieron 100.000 dólares por minuto en pantalla. Orson Welles
también aceptó interpretar al malvado barón Harkonnen. El gran dibujante
Moebius, junto al artista gráfico H.R.Giger, diseñarían
todo el entramado de mundos.
Como
sabemos, el proyecto no llegó a salir a la luz. No hubo manera de completar el
presupuesto. Alejandro se gastó 5 millones de euros en una preproducción que
nunca llegó a término. El más triste de todos, su hijo Brontis Jodorowsky, que a
la edad de 12 años, a orden de su padre, entrenó durante dos años, seis horas
al día, para poder encarnar en la gran pantalla a Paul Atreides. En el
documental Dune de Jodorowsky (2013), lo vemos llegar a las lágrimas
cuando habla de ello.
Como ocurre
con todos los proyectos que no llegan a ser, algo queda de su esencia y siempre
se aprovecha más adelante. Los diseños
elaborados por H.R.Giger serían utilizados en Alien el octavo pasajero
de Ridley Scott. Es decir, sin el trabajo de este en Dune, nunca
podríamos conocer el universo de Alien tal como lo podemos disfrutar en
la actualidad.
La próxima
semana, hablaremos de la imperfecta obra de David Lynch y por supuesto de la
gran propuesta de Villeneuve. Para acabar, otro dato curioso. Hace apenas tres
años se subastó el Storyboard de Dune de Alejandro Jodorowsky. Se
pagaron por él 2´66 millones de euros. Telita.
Continuará…
DUNE: Parte dos.
Principios
de los años 80. El pobre Alejandro Jodorowky ha desistido de su proyecto. No
podrá llevar Dune a la gran pantalla. Cinco años de su vida invertidos
en una tarea que no pudo consumar. Aun así, esa historia que rondaba una y otra
vez su cabeza, la plasmará, más adelante, junto a Moebius, en la novela gráfica
El Incal.
Ante el
fracaso del chileno, el productor Dino de Laurentis ha comprado los derechos de
Dune. Contrata para dirigirla a un joven David Lynch. Este tenía en su haber
solamente dos filmes: su extravagante (y maravillosa) ópera prima Cabeza
borradora (1977) y una de las grandes obras maestras del director, nominada
a 8 premios Óscar (pero que no se llevó ninguno): El hombre elefante
(1980). El director acepta el titánico proyecto con la condición de que De
Laurentis le produzca su siguiente filme, absolutamente personal: Terciopelo
azul (1986).
Se presenta
un primer borrador de guion. Este daría para una película de seis horas. Lo lee
el escritor de la saga, Frank Herbert, y se queda entusiasmado. Quizás la
posibilidad de separar la historia en dos films…No pudo ser.
El resultado
final de Dune (1984) es una rareza tan llamativa como imperfecta. Con un
metraje de 137 minutos se antoja imposible narrar correctamente la epopeya de
Paul Atreides. Aparecen personajes que no tenemos nada claro quiénes son ni
cual es el motivo de sus actos. Un ejemplo de esto es “El navegante”. Ese
extraño monstruo del principio de la película, con forma de cerebro, que pide
la muerte de Paul Atreides. En la película, una y otra vez, observamos a los
personajes con gesto pensativo. Nosotros escuchamos sus pensamientos. Mal
negocio para una adaptación literaria… Las escenas, en ocasiones, semejan un
extraño corta y pega. Resulta casi imposible enterarse (sin haber leído la
novela original o, en estos momentos, haber visto las películas de Villeneuve)
de lo que está sucediendo. Aun así, el Dune de Lynch presentas momentos mágicos
que nos plantea la duda de si es bueno, malo o magistral lo que encontramos en
ella. Una auténtica curiosidad de película que, en muchos sentidos, bebía de la
producción no ejecutada de Jodorowsky. Un ejemplo de esto es que si en la
versión de Alejandro se apostaba en la banda sonora por Pink Floid…en
esta la ejecutó la banda de rock TOTO junto a Brian Eno. En la de
David Lynch no estaba Mick Jagger para hacer de malo malísimo, pero
tenía a Sting.
La película fue
un fracaso. Lynch, todavía a día de hoy, reniega de ella. A mí me gusta, a
pesar de todas sus imperfecciones. La
novela de Dune, durante décadas, se quedó solamente en papel y nadie se
atrevió, de nuevo, a intentar adaptarla para el cine.
Así aparece
en escena el director canadiense Denis Villeneuve. Único autor vivo que
es capaz de explorar todo tipo de géneros y salir dichoso de la tarea. Incendies,
Prisioners, Sicario, La llegada… y tantos otros títulos que hicieron que
los seguidores de esta saga literaria dieran palmas con las orejas al saber que
él estaba involucrado en una nueva versión de la obra. Él avisó: No es un
remake de la del 84, es otra visión de la novela.
Hoy tenemos
en nuestras salas la segunda parte de DUNE de Villeneuve, pero realmente
es la segunda parte de una misma película. Dune parte 1 fue una película
sin final. Acabó justo a mitad de la obra. Parecía el capítulo de una serie. Después
de visto el díptico al completo pienso que fue un acierto, pues el extenso
metraje, juntadas las dos obras, ofrece una coherencia que no pudimos encontrar
en la obra del 84. Denis Villeneuve también acierta al simplificar algunos
pasajes de la historia. En Dune parte 1 se limitó a presentarnos las
casas del imperio galáctico y mostrarnos la destrucción de la casa Atreides. En
esta segunda parte se centra en la convivencia de Paul con el pueblo de los
Fremen y su ascenso, casi a la divinidad, a líder de todos ellos. Este pueblo (casi Tuareg) lo reconocen como al
elegido que llevan tanto tiempo esperando.
Villeneuve
crea un nuevo imaginario galáctico a la altura de la propuesta. Da gusto ver
las diferentes castas, su arquitectura, los monstruos, las naves espaciales, la
tecnología… La historia se entiende y se disfruta. La banda sonora, a cargo de
Hans Zimmer, alejada de la psicodelia, nos sumerge en los inhóspitos parajes
del planeta Arrakis.
Para
completar el goce de la propuesta, tenemos a grandes actores y actrices de diferentes
generaciones. Lo más mayores, Cristopher Walken y Charlotte Rampling. Los
adultos, Javier Bardem, Stellan Skarsgard, Josh Brolin, Dave Bautista…Y los
jóvenes, los más destacados, sin duda, Florence Pugh, Lea Seydoux y la pareja
que marca el cine de hoy y que lo hará durante décadas: Timothée Chalamet y la
maravillosa Zendaya, actriz que demuestra que su pasado Disney no dice nada. Desde
que la adoramos en la serie Euphoria, cada una de sus apariciones en
pantalla grande, son un regalo para nuestros ojos. En Dune parte dos,
todavía más. Sus miradas, sus gestos, su presencia, te absorben. ¡Qué grande!
Vayan al
cine a ver una de las mayores producciones de las últimas décadas. No se la
pierdan en pantalla grande. Este tipo de películas es obligatorio disfrutarlas
en salas de cine, pues solo en ellas se percibe lo que intentaron plasmar sus
autores. Vayan a soñar con otros mundos, a cabalgar impresionantes gusanos de
más de 400 metros…
Creo que Dune
de Villeneuve va a asentarse como una de las grandes sagas fantásticas de la
historia del cine. Quizás, solo hay un par de puntos que se echan en falta
respecto a la primera trilogía de La guerra de las galaxias, o a la de El
señor de los anillos de Peter Jackson, todas grandiosas de una u otra
manera. El primero sería algo más de emoción (Villeneuve siempre es demasiado
frío). Épica hay por un tubo, pero emoción… El segundo detalle que añoro es el
humor. Menos mal que está por ahí Javier Bardem que, aunque no ofrezca ni
risas, ni sonrisas, alivia el tono absolutamente solemne de la película. Aun
así, maravillosa.