Desconocidos (All of us strangers)
Hace casi un cuarto de siglo cursaba, el que escribe, la educación universitaria en la siempre agradable ciudad de Lugo. En una de las materias de la carrera se nos propuso realizar un trabajo sobre la identidad. Uff, asunto complejo, sin duda.
Tres, por aquel entonces, jóvenes estudiantes, decidimos realizar un proyecto audiovisual para abordar el tema en cuestión. El modus operandi: recorrer la ciudad a diferentes horas del día y abordar a ciudadanos de diferente condición, edad, sexo… con una única pregunta bien sencilla: ¿Quién eres? La respuesta, quizás, una de las más complicadas de resolver para cualquier habitante de este planeta.
Nos encontramos personas que se identificaban con sus datos personales como el nombre, apellidos, DNI…, muchas con su profesión (por favor, cuánto marca un hecho como este…) y otras con rasgos físicos como la altura, el color del pelo, el de los ojos. Recuerdo la respuesta de un hombre de unos treinta años, a altas horas de la madrugada, con altas dosis de alcohol en el cuerpo, que después de pensarlo un par de minutos respondió: “Meu avó chegou aos 94 e non tiña nin idea de quen era”. Otra chica me respondió que ella era tantas personas como personas conocía. Filosofía pura.
De todas las respuestas obtenidas, la que recuerdo con más dulzura y con más interés, con el paso de los años, es la de un anciano que pasaba de largo los ochenta. Una mañana de fin de semana, de paseo por la muralla romana de Lugo, nos regaló algo que, más que una respuesta, era una reflexión en toda regla sobre lo que supone este viaje existencial en el que estamos inmersos: “Si en la vida no te ocurren grandes desgracias, tragedias… es un camino que, sin duda, vale la pena recorrer”.
Diez años más tarde, ya ejerciendo como maestro, planteaba la misma pegunta a mi alumnado de sexto de primaria. Sí, creo que la identidad es algo que debemos de trabajar. Reflexionábamos, a partir del visionado del “Pequeño salvaje” de Truffaut, película de la cual ya hablé la semana pasada, sobre quiénes somos y por qué somos lo que somos. Una alumnita llamada Alexia dijo: “Somos lo que queremos ser”. Yo, ante esta respuesta, volví a preguntar: “¿De verdad que siempre somos lo que queremos ser, Alexia?” “Somos lo que intentamos querer ser”, replicó al instante. Buff, no sabéis lo que se puede llegar a aprender en una clase como maestro.
Desconocidos, All of us strangers (Todos nosotros extraños) es la nueva película del director Andrew Haigh, el cual no tenía el gusto de conocer, pero viendo las puntuaciones de sus anteriores trabajos en Filmaffinity y la pedazo película de la que hoy os hablo, no tengo duda de que se va a convertir en una referencia para mí y para tantos otros.
Desconocidos nos cuenta la historia de Adam (Andrew Scott), el cual vive en una torre del centro de Londres, casi sin vecinos, en completa soledad. Sus amigos, ya con hijos, se marcharon a las afueras, en busca de pequeños jardines y tranquilidad. Acaba de llegar a los 40 y tampoco tiene familia. Una noche conoce a Harry (Paul Mescal), un enigmático hombre que semeja estar tan lleno de sombras como él. Desde la primera conversación, entre los dos, estalla una química desbordante.
Esta relación en progreso hace que en Adam florezcan muchos recuerdos del pasado, casi todos traumáticos. Harry, el recién llegado, le pregunta por sus padres. Este le cuenta que murieron cuando él tenía 12 años, en un accidente de tráfico. Harry le dice que lo siente mucho. Adam le responde que ya fue hace mucho tiempo. Harry, categórico, finaliza la conversación diciendo: ¿acaso importa el tiempo en estos asuntos?
El protagonista decide entonces visitar su ciudad natal e ir al hogar donde pasó su infancia junto a sus padres. La sorpresa, que es el deleite de la película, es lo que ocurre en esa casa. Allí se encuentran sus padres a la edad en la que perdieron la vida en aquel fatídico accidente. Estancados en el tiempo. Adam llama a la puerta y comienza así una relación donde el hijo (como ocurría en Interstellar) conoce a sus padres cuando ya es mayor que ellos.
Aquí, en este punto, comienza realmente el film. Cuatro protagonistas, no más. Todos maravillosos con multitud de matices. Cuando está en su piso con Harry, avanzamos en una historia de amor entre dos hombres que semejan estar rotos. Los veremos mientras se sacan espinas y cadenas con amor y delicadeza. Cuando está en su casa familiar, los padres se interesarán por cómo le ha ido la vida. Él les habla de su oficio. Es guionista de películas y series. Qué orgullo, dicen ellos. Le preguntan por novias y él les cuenta que es homosexual. La cara de su madre es un poema y este será un tema recurrente a lo largo de los 105 minutos que dura la película. En cada una de las visitas que realiza, Adam irá profundizando en sus raíces y avanzando en la comprensión de su identidad actual, forjada, en gran medida, en la infancia. También intentará entenderlos a ellos, a sus padres. Sus decisiones, su forma de actuar, que en ocasiones lo llevaron contra las cuerdas. En una escena, en la casa familiar, le dice su madre: “Perdóname, hijo mío, eso era algo que creí que podría cambiar en el futuro”. Qué manía tenemos en creernos, de alguna manera, inmortales.
Desconocidos, película sobresaliente, me conecta con otros films, también apasionantes. En Manchester frente al mar (2016, Kenneth Lonergan), nos encontrábamos al superviviente Casey Affleck. ¿Se puede hacer algo más después de perder a tus hijas en un accidente? En Robot Dreams (Pablo Berger, 2023) se valora el hecho de avanzar, no estancarse, aunque algo no haya salido como creíamos que iba a ser. Por mucho que nos hayamos esforzado, a veces todo es de otra manera. Otra es Animales nocturnos (2016, Tom Ford) donde un escritor, interpretado por Jake Gyllenhaal, enviaba su novela a su exesposa y esta, a través de su lectura, comenzaba a comprender que lo que realmente había en aquellas páginas era la historia de ambos.
Recordemos ahora que Adam, el protagonista de la película de la que hoy os hablo, Desconocidos, es escritor. Yo, como él, en mi tiempo libre, también hago mis pinitos en la narrativa. Y sí, cuando nos ponemos tras el teclado, hablamos con nuestros personajes. Esos que son un invento, una creación y con aquellos que son moldes de personas conocidas en la vida real. En la escritura, en la creación, sin duda hay un alto porcentaje de imaginación, tan alto como el del ejercicio de la memoria. Al escribir, se le da la vuelta a las cosas que te han ocurrido, se habla con los personajes para poder entenderlos, pero también para poder entenderse a uno mismo. Es decir, trabajamos, en muchas ocasiones, con fantasmas que, por una u otra razón, no quieren abandonarnos.
A ver, que me lío. En Desconocidos, las conversaciones entre padres e hijo son auténtica poesía. Una delicia para nuestros sentidos. El choque generacional, la perspectiva del tiempo, el entender que no hay marcha atrás en las decisiones que uno ha tomado… En el film, cada una de estas, casi a plano fijo, aparte de desvelarnos a unos maravillosos actores siempre creíbles (esos padres siempre más jóvenes que el protagonista, pero que de igual modo, son padres, abrazándolo y acariciándolo con ternura, acostados todos en la misma cama…), nos presentan una verdad, que solo puede otorgar la muerte. Con ella ya no hay necesidad de taparse nada.
Cómo no emocionarse… Acaso, a quién no le hubiese gustado hablar, de nuevo, con alguna persona cercana ya fallecida. Esa con la que quedaron tantas cosas por decir y por hacer… Esas personas que ya no viven sobre este planeta, pero sí en nuestro recuerdo. Las cuales seguimos amando pues dieron, y dan, sentido a nuestras vidas. Y hacerlo con la perspectiva del tiempo que va pasando, sin demora, sin pararse ni un momento. Así, junto a ellas, intentar comprender un poco más quienes somos. Porque… ¿acaso no somos todos unos extraños?
Desconocidos, no os la perdáis, la podéis encontrar en los Cines Dúplex de Ferrol.
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