Cuando las merecidas vacaciones se van acercando y aparece esa ansiada duda del qué haré en ellas, si las posibilidades personales y, por supuesto, económicas nos lo permiten, la idea de un viaje siempre pasa por nuestra mente.
Superada la primera fase, entramos en otra no menos compleja, en la que debemos decidir qué tipo de viaje hacer y cómo realizarlo.
Los cuatro integrantes de la expedición que a continuación relato, son maestros beneficiados de sus extensas vacaciones.
La opción elegida, el coche, a sabiendas que ofrece determinadas incomodidades, pero en disposición de aportarnos algo que ningún otro medio de transporte nos puede ofrecer: libertad absoluta a la hora de tomar decisiones.
Sin compromisos ni reservas arrancamos.
Objetivo: Llegar a Praga, los pasos intermedios los iremos conociendo por el camino.
Salida de España, destino Francia. A 10 horas de Ferrol, paramos en Angouleme, cerca de Burdeos, sin más motivo aparente que el conocer el sur de Francia. Cerca de la región de Cognac, sus alrededores nos ofrecen una agradable visión del rural francés. El centro de Angouleme, situado en una pequeña colina, sorprende al estar aderezadas muchas de sus paredes por grandes pinturas. Esto se debe a que es denominada la ciudad del cómic. Calle Goscinny, Hergé y compañía las encontramos recorriendo su centro. En esta ciudad comienza a perseguirnos el fantasma que nos acompañará durante todo el viaje. No es otro que el de la Segunda Guerra Mundial, comenzada al finalizar la Guerra Civil Española. En Angouleme, se estableció, al ser derrocada nuestra república, un campo de concentración para acoger a parte de los exiliados republicanos que huían del nuevo gobierno franquista. A la llegada a la ciudad, no sólo se encontraron recluidos en el campo sino que la ciudad quedó en zona ocupada por los nazis. Un horroroso día, los alemanes, les obligaron a meterse en un tren. Eran 927 españoles que poco a poco se van dando cuenta que no los llevan a España, sino hacia el norte.
El 24 de agosto de 1940, después de cuatro días, el tren se detiene en la estación de un pueblo llamado Mauthausen. Su destino, su cantera necesitada de esclavos para la construcción del nuevo campo de concentración nazi. Terrible viaje.
El 24 de agosto de 1940, después de cuatro días, el tren se detiene en la estación de un pueblo llamado Mauthausen. Su destino, su cantera necesitada de esclavos para la construcción del nuevo campo de concentración nazi. Terrible viaje.
Después de unos días de vagabundeo por la campiña, el coche vuelve a su ruta particular. Esta vez con destino París. ¿Qué decir de París que no se haya dicho ya? Sin duda, lo que más me gustó: el bohemio ambiente de Montmartre. A 130 metros de altura, La Basílica del Sacré-Cœur observa todo París como el Parque Güell mira Barcelona. Allí se respira un ambiente especial: conciertos improvisados, ambiente relajado, cervezas y una vista espectacular hacen que me quede con este París y no con el más convencional. Si otra cosa se aprende (o se confirma) en París: lo mentiroso que es el dinero. Aquí, el que escribe, pagó lo mismo (8 euros) por entrar en el Louvre que por un zumo de naranja. Qué injusticia…
Cambiamos de país; Alemania nos enseña un método de conducción sin límites de velocidad (en mi opinión, una locura). Aquí paramos en dos maravillosas ciudades que nos anticiparían un destino final en nuestra visita a los escenarios de la Gran Guerra: Friburgo, primera parada alemana, ya desde un principio, resalta por la facilidad para manejarse en sus calles llenas de bicicletas.
Cambiamos de país; Alemania nos enseña un método de conducción sin límites de velocidad (en mi opinión, una locura). Aquí paramos en dos maravillosas ciudades que nos anticiparían un destino final en nuestra visita a los escenarios de la Gran Guerra: Friburgo, primera parada alemana, ya desde un principio, resalta por la facilidad para manejarse en sus calles llenas de bicicletas.
Pegada a la Selva Negra, la ciudad es considerada como un modelo de enclave ecológico y no es para menos, pues en sus alrededores cuenta con un servicio de carriles para ciclistas de 400km. La bicicleta es, sin duda, el medio de transporte a utilizar en ella. Incluso en algunos hoteles puedes alquilar una bicicleta a un módico precio.
Friburgo es una ciudad abierta, con conciencia ecológica y moderna, aunque no olvida la historia ni deja que sus visitantes lo hagan. Es frecuente en la ciudad, mientras recorres sus estrechas calles, tropezar con unas pequeñas placas metálicas situadas en el suelo, frente a la casa de una familia judía, durante el régimen nazi. La inscripción recuerda el nombre del vecino, el lugar donde nació, el día que se lo llevaron de su hogar y su trágico final (gran parte de ellos fue Auschwitz). Efectiva manera de no olvidar el pasado de un país. Friburgo, ciudad a la que seguro volveré.
Setecientos Km. más para nuestro amigo de cuatro ruedas. Llegamos a Dresde. En ella, podemos ver el otro lado de la moneda: el resultado de una acción militar aliada ante una ciudad que no tenía relevancia estratégica o militar y que casi acaba por completo con la Florencia del Elba. Entre el 13 y el 15 de Febrero de 1945, poco antes del final de la rendición nazi, más de mil bombarderos arrojaron sobre la ciudad cuatro mil toneladas de bombas, dejando tras de sí decenas de miles de muertos civiles. Junto con Hiroshima y Nagasaki, una de las grandes barbaries cometidas por los Aliados.
Antes, la ciudad era considerada como una de las joyas de la vieja Europa, ahora es una ciudad museo. Grandes contrastes: edificios que se mantuvieron tras los bombardeos conviven con los edificios modernos colindantes, dinámicas carreteras con un sistema de tranvías realmente práctico frente al hollín de los edificios que quieren contarnos su pasado reciente. La belleza de la ciudad salta a nuestros ojos junto a la pregunta: ¿Cómo sería La Dresde previa al bombardeo? Hoy, una huérfana maravillosa.
Y llegamos a Cracovia, ciudad elegida en nuestro itinerario por estar a tan sólo 50 Km. del tristemente célebre campo de exterminio: Auschwitz. Ahora me resulta un poco triste el haber elegido como destino una ciudad como esta, debido a su perturbadora historia cercana. Decir de ella que tiene un majestuoso centro antiguo que alberga edificios renacentistas, góticos y barrocos. Todas sus calles derrochan colorido, en un ambiente muy peculiar y especial. Importante: para un visitante español sus precios son realmente económicos.
Nuestra ruta nos había hecho llegar a la ciudad donde Oskar Schindler montó su famosa fábrica salvadora. ¿Nuestro objetivo? Intentar comprender el caso Auschwitz, cuento de terror que, por mucho que leyéramos sobre él, seguía pareciendo una historia absolutamente inhumana y degradante, imposible de haber sido.
El día de nuestra visita, en el camping donde nos alojábamos, tuvimos la suerte de encontrarnos con una familia viguesa que estaba realizando un viaje de similares características al nuestro. Al padre de familia, profesor de secundaria, le pregunté qué impresión había sacado de la visita al campo de exterminio. Él me miró fijamente durante unos segundos sin decir nada, hasta que me respondió: “¿Qué quieres que te diga?” No entendí esta respuesta hasta el momento en que me vi salir de aquella pesadilla.
Auschwitz no era un campo de concentración al uso, sino una máquina de matar donde la mayor parte del millón y medio de asesinados en el campo entraron por la puerta de la muerte hacinados en un tren.
Al bajarse, ya en Auschwitz II-Birkenau, se encontraban frente a los crematorios que les harían, como allí decían, salir por la chimenea. Apenas unas trescientas mil personas lograron sobrevivir un tiempo en el campo de la muerte con el único motivo de seguir ampliando sus instalaciones. Aún así, la media de supervivencia era muy baja (tres meses para los hombres y entre quince días y un mes para las mujeres).
La visita guiada a Auschwitz es muy completa (unas cuatro horas de explicaciones y de recorrido por el campo). Ello nos permite entender que el gobierno nazi tuvo en funcionamiento una empresa perfectamente estructurada, donde el objetivo no era construir sino aniquilar. Un ejemplo de su estructura y organización es el hecho de que todas las personas que fueron a parar a sus instalaciones, antes o después de su terrible destino, eran despojadas de su cabello, el cual iba a parar a empresas alemanas que lo convertían en tejido.
En la visita recorremos el Crematorio 1 (el único que no dio tiempo a destruir a los nazis en su huída), los barracones de sus habitantes, indicaciones sobre el doctor Mengele y sus experimentos y un sinfín de lugares que nos harán comprender lo real del lugar y hasta dónde puede llegar el ser humano en su absoluta degradación.
Tan sólo anotar que me parece una visita realmente interesante para cualquier persona con un afán de comprensión de hasta donde pueden llevarnos ciertas ideologías.
Hay que tener cuidado: Auschwitz puede volver a repetirse.
Ya de vuelta, siete mil kilómetros después, conversábamos los cuatro viajeros, intentando extraer conclusiones sobre el viaje realizado. Uno de los compañeros comentó: “Debería ser obligatorio para un maestro, durante sus vacaciones, la realización de este tipo de viajes”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario