La gente de mi generación, la que ronda o ya sobrepasa la treintena, ha tenido como guardiana y eterna compañera a una caja que nunca tuvo la decencia de plantearse seriamente lo que nos mostraba: el televisor. En ella, aparte de la ensalada de modas que marcaron cada momento, acontecimientos como la caída del muro de Berlín o la catástrofe de Chernobyl han quedado grabados, para siempre, en nuestras retinas y forman parte de nuestros recuerdos de infancia.
Si hay algo que no ha salido de los medios de comunicación en estos años, pudiendo afirmar lo mismo la generación de mis padres, o incluso la de mis abuelos, es el conflicto palestino- israelí. Semana tras semana, se posan ante nuestros ojos, tan acostumbrados, muertos, heridos o desplazados de un conflicto con una más que difícil solución.
Queriéndose salir de estos mensajes y yendo a buscar información de primera mano, Jorge Rodríguez Vázquez, natural de A Coruña y administrativo en nuestra ciudad, emprendió un viaje a Palestina con el propósito de conocer las condiciones en que vive el pueblo llano, sin duda la parte que más sufre este conflicto.
“Entre mis muchas inquietudes, una de ellas es conocer las realidades de zonas desfavorecidas. Después de dos viajes a los campamentos de refugiados del Sahara, tenía muchas ganas de visitar los territorios palestinos. Estos viajes me sirven para ver directamente los problemas de zonas afectadas por diferentes conflictos e incentiva mi afán por seguir colaborando para combatir determinadas injusticias”.
Jorge trabaja como voluntario desde hace años en una ONG y, siempre que puede, realiza viajes en sus vacaciones que distan mucho de un turismo convencional.
Entró en Palestina a través de Tel-Aviv, moviéndose desde allí sin problemas por los territorios. Durante el viaje, visitó Jerusalem, Hebrón, Ramala, Jericó, Belén, Mar Muerto… pero se quedó sin conocer Gaza:
“La zona más deprimida y en la que actualmente no tienen ni permiso de entrada los cooperantes. Es, sin duda alguna, donde peor están las cosas. No hay luz, ni agua y ni siquiera entrada y salida de medicamentos o alimentos”.
Lo que sí pudo conocer fue el famoso muro que, desde el 2003, Israel construye en Cisjordania con la excusa de que no entren en “su territorio” grupos armados palestinos.
Cuando finalice su construcción, Israel habrá anexionado el 48 % de Cisjordania. El muro tendrá alrededor de 700 Km. de extensión y 8 metros de altura, separando regiones, expropiando multitud de tierras palestinas y quedando miles de hectáreas, actualmente ocupadas por colonos judíos, en zona Israelita. 445.000 colonos viven actualmente en Cisjordania y Jerusalén, con una forma de vida bien diferente a la de sus vecinos palestinos. Disponen de carreteras, centros de salud, escuelas, etc. Todo ello para uso exclusivo.
Con el pretexto de la construcción del muro, Israel ha demolido, desde el año 2000, más de 7000 casas palestinas. Este nuevo vergonzoso muro crea una situación en la zona que impide moverse a multitud de palestinos a sus campos de trabajo o, incluso, a muchos pequeños ir a las escuelas. Un muro que no sólo separa a palestino e israelitas, sino también palestinos de palestinos. Por cierto, la construcción de cada km de muro cuesta a Israel un millón de dólares. Juzguen ustedes mismos.
“La gran paradoja es que los palestinos tienen que trabajar en su construcción, pues no tienen alternativa”.
Otro gran problema que encontró en Palestina, es el del agua. El 90% de ésta la controla Israel y un 15% de la población palestina sólo tiene acceso al agua de lluvia, siendo, por supuesto, muy arriesgado depender solamente de este recurso. Además, con la construcción del muro, el pueblo está perdiendo multitud de pozos necesarios para el día a día, pues Israel, con el muro, se asegura de que en su nuevo territorio estén las más importantes reservas acuíferas de la región.
“Lo triste de este tipo de visitas, es que la realidad siempre es peor que la idea que tú tenías. No me imaginaba que la represión israelita al pueblo palestino fuera tan constante y dura en el día a día. Cuesta trabajo ser objetivo ante determinadas injusticias que se ven.”
La situación es ahora mismo un laberinto, donde los enfrentamientos que tienen lugar entre las dos secciones más representativas de la población palestina, AL-Fatha y Hamás, no ayudan en nada a la solución de los problemas de su pueblo. De todos modos, Jorge no pierde la esperanza y propone medidas que llevar a cabo desde nuestro país: “Siempre hay muchas cosas que hacer, desde colaborar en cualquier proyecto que tienen diferentes organizaciones, hasta hacer campañas de información y sensibilización, presión política ante la comunidad internacional, etc.”
Ya en España, finalizadas sus vacaciones, Jorge tiene diferentes sensaciones a su llegada. Con el viaje se han aclarado muchas dudas y cree que la única solución del conflicto “pasa por la intervención de la comunidad internacional (aunque parece mirar hacia otro lado), pues entre ellos las diferencias son insalvables. Sin embargo, y por aquello de ser positivos, me queda un muy buen sabor de boca por el trabajo que hacen muchas organizaciones en la zona, ya que es muy beneficioso y llega a mucha gente”.
El tiempo pasa (como decía Pablo Milanés). Nos vamos haciendo viejos y año tras año, nos damos cuenta que un final dialogado del conflicto se hace cada vez más complicado, sabiendo, a su vez, que es la única manera de dar solución a esta permanente situación de odio y terror.
Quizá, algún día, Jorge pueda repetir la visita, pero de otra manera, cuando los miles de olivares de la región sean el principal objetivo de ésta.
Que así sea.
La cuestión palestina sigue ahí, sangrando su tragedia, con los muertos nuestros-porque lo son-, de cada día..., mientras los regidores del mundo miran hacia otra parte. Cuesta trabajo pensar que el pueblo judio no sionista, víctima del holocauto nazi, consienta se comenta tanto crimen en su nombre...
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